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Entrada original en el sitio web de la Revista Proceso

Por: Armando Ponce

México, D F, 8 de agosto (apro)- La microhistoria siempre resulta atractiva por su invitación a recorrer situaciones y atmósferas ligadas a un espacio de la realidad muy concreto. Es el caso del libro de Gonzalo Navarrete Muñoz, cronista de la ciudad de Mérida, en su publicación de autor, la cual nos remonta a las vicisitudes comerciales del Yucatán de la centuria pasada.
Dividido en capítulos que recogen cada una de las décadas del siglo XX, el volumen resulta una delicia por el rescate de la actividad comercial, grande o minúscula (de los primeros autos a las fórmulas curativas de la farmacia, a la oferta de las panaderías o la venta de adornos preciosos de las joyerías, de la moda a las fábricas, de los almacenes a la migración libanesa), que acaba siendo un cuadro de costumbres y representando estampas de una vida pletórica de cotidianeidad y color
Sin texto de contraportada (en el colofón se asienta que son mil ejemplares reproducidos en la Imprenta Irigoyen al cuidado de Rubén Omar Estrella González), el libro de 249 páginas viene ilustrado con anuncios comerciales de productos en presentación plateada, que hace buen juego con el tono sepia de la portada, dándonos la impresión de tener entre las manos uno de esos almanaques de finales del XIX que ofertaban todo lo habido y por haber.
La fotografía de una joven que enseña productos de tocador “Brisas de Uxmal”, ilustra la portada, junto con una imagen algo borrosa de lo que suponemos es el centro de la ciudad de Mérida, y otra de un bazar de antigüedades.
Tomados al azar, hay datos como estos:
“En el año de 1931 eran distribuidores de los libros oficiales: la Librería Central, de Jorge Burrel; ABC, de Lorenzo Fernández; Pluma y Lápiz, de Antonio Rodríguez Compte, y La Literaria, de Ramón Masso Fontbote El Chilam Balam de Chumayel, traducido por don Antonio Mediz Bolio, costaba $5 el ejemplar A mediados de los años treinta ya estaba a la venta El Mayab resplandeciente, del poeta José Díaz Bolio El ejemplar de 90 años de historia de Yucatán, de Carlos R Menéndez González, se vendía a $10 La pluma fuente Parker Duofold podía dar 6,000 palabras sin un solo trazo de tinta adicional La compañía Casellas y Herrera vendía máquinas de escribir L C Smith, portátiles; además de Corona Smith y sistemas de tarjetas ACME”.
Y así, toda esta investigación minuciosa, cuyas fuentes bibliográficas y hemerográficas son citadas al final.
Y para darle al lector una rebanadita más grande del sabroso pastel yucateco preparado por el acucioso cronista, se reproduce en seguida el fragmento inicial de “La primera década del siglo XX”:
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A principios del siglo XX los hombres y las mujeres usaban sombreros Las mujeres solían usarlos muy complicados: de ala ancha, con lienzos de tela con flores y, en no pocas ocasiones, con pedrería auténtica. La moda femenina era realmente difícil, los vestidos, o los materiales para confeccionarlos, solían llegar de París: blusas de seda bordadas, encajes, cuellos, telas bordadas, cintas, moños, etcétera; otro tanto se podía decir de las sombrillas, que eran indispensables para salir a la calle; además de los corsés, la pasamanería, los brocados, las medias, ligueros y otras piezas de la intrincada ropa interior que se usaba en aquella época. Los abanicos eran parte del atuendo y llegaban de distintos estilos y materiales. Los señores requerían de trajes completos para salir a la calle y de acuerdo con la ocasión era el traje, el sombrero incluido. Uno era el estilo usado para el trabajo, otro para los eventos de la mañana, otro más para los de la noche y distinta era la ropa que se requería para los duelos y las ceremonias oficiales. Inclusive había quien en su casa usaba sacos de alpaca o de lino. Los sastres reconocidos ofrecían confeccionar trajes al estilo europeo o americano. Para estos efectos el célebre Salón Inglés ofrecía: cortes de casimir para pantalón; casimir azul, vareado; casimir negro, vareado; camisetas de crepé, blancas y de color; camisetas de punto de media; calcetines negros, calados y bordados; calzoncillos de bramante de lino, blancos o de colores –tómese en cuenta que la ropa interior llegaba hasta los tobillos y las camisetas eran de manga larga; por otro lado, era común confeccionarla y no comprarla ya hecha–, camisas blancas o de colores; tirantes de seda o de algodón; relojes, leontinas –pues no se habían empezado a usar los relojes de pulsera–, cortaplumas, botonaduras, quitasoles, cuellos, puños, boquillas para cigarros, ligas para calcetines, corbatas y los indispensables bastones que se usaban por elegancia más que por necesidad. Los Almacenes Primavera ofrecían: medias hilo de Escocia, negras y de color; bordados blancos de olán; plinés de seda en arandelas; cortes de crespón bordados para trajes de baile; rebozos de tela de todos los colores; abrigos de paño para señoras y niñas; juegos de manteles y servilletas de fino lino; waradilf de puro lino para sábanas; telas blancas de puro hilo; tafetalinas de seda; damascos de seda y algodón; cortinas de punto y de encaje legítimo de Chantilly y portiers de damasco.
En la acreditada joyería El Rubí, en la calle 58 Núm 530, se podían adquirir anillos de brillantes, de brillantes y esmeraldas, de brillantes y zafiros; anillos de “arte nuevo”, rosarios de filigrana, de perlas y de cocoyol; cadenas en “un inmenso surtido”, “pulsos elegantísimos”, aderezos, leontinas y portamonedas para todos los gustos. Así mismo, los yucatecos compraban carteras, cigarreras, fosforeras y tabaqueras de piel de Rusia Sacos de seda, chalecos de piqué y de fantasía para caballeros, se vendían en las casas afamadas Los sombreros se usaban de acuerdo con la clase social, con el evento y quizás un tanto por la edad, y solían ser de tres tipos: fieltro, carrete y pajilla; aunque desde luego estaban los “hongos”, tipo inglés, y las chisteras –sombrero negro y alto– que se usaban para las solemnidades. El calzado podía ser nacional, francés, austriaco, americano o español Las marcas reconocidas eran: Ladies Should Wer, Friedman Shoes, Neat Well, entre otras. Se usaban botines, borceguís, zapatos y polainas. Las Miscelánea, ubicada en la calle 67 Núm 530, entre El Degollado y la botica de P Peniche y Hno, vendía gramófonos. En J. Rendón se podían adquirir carritos o automóviles D S Brunner, en la calle 63, expendía, por haberlos recibido desde París, un gran surtido de anteojos de larga vista para teatro y para campo Frente al Parque Hidalgo existía una tienda con un nombre revelador: Au París Charmant, en ella podía encontrarse, entre otras cosas, una amplia variedad de abrigos para los niños.