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Leonardo da Vinci fue un hombre que producía grandes ideas en grandes cantidades, muchas de ellas se concretaron y han quedado para la historia, otras fracasaron irremediablemente.

Estando al servicio de Ludovico Sforza tuvo una ocurrencia original: el banquete de bodas se festejaría dentro de un enorme pastel con la forma del Palacio Sforza. Ludovico se casaría con Beatrice De Este y harían época esas bodas. En el patio del noble palacio se empezó a levantar la réplica de unos sesenta metros de longitud. Con masa para pasteles, previamente puesta en moldes, bloques de polenta reforzados con nueces y uvas pasas y recubiertos de mazapanes multicolores  se levantó el suntuoso pastel al que entrarían los invitados para celebrar el banquete. Pero el genial Leonardo no consideró que la delicia que había levantado convocaría a ratas y a pájaros de distintos plumajes. El dulce palacio replicado quedó mordisqueado y hecho un desastre tras la acometida no calculada por Da Vinci. Ludovico Sforza montó en cierta cólera y estuvo a punto de imponerle un castigo fatal al “genial” Leonardo. Pero intervino doña Beatrice que había sido pintada por Da Vinci y a quien le guardaba algún cariño. Ludovico tomó la decisión de enviar al artista al convento de Santa María delle Grazie para realizara alguna de sus “gracias”.

Ahí estuvo Leonardo varios años contemplando un muro e inclusive llevó a varios ayudantes. Transcurrido algún tiempo el prior le mandó una carta a Ludovico: los límites se habían rebasado y Leonardo no hacía nada. Pero un buen día las cosas cambiaron. El genio se desplegó dando lugar a una de las obras más importantes y enigmáticas de la historia de la humanidad: La Última Cena, consignada como tal en las cartas de San Pablo que ni fue comensal. Así pues un enorme pastel fallido dio paso a algo mucho más generoso para la historia.