TOMADO DE LÍNEA RECTA.

Calles

Occidente tiene tres modelos de héroes: Héctor, Aquiles y Jesucristo. Los tres son nietos de una tradición oral e hijos de la literatura. Los autores de los tres modelos pretendieron presentarlos como tales. Acertaron más allá de sus esperanzas. El modelo mediterráneo-los tres lo son- del que Freud nos habla solo se ajusta a Jesucristo: un hombre noble criado por alguien que no es su padre y que posteriormente se legítima por sus logros. Aquiles se aparta de esta descripción. Siendo hijo de una diosa, y teniendo un poder sobrenatural para correr, desea participar en la Guerra por Troya porque esto le dará la eternidad. Este concepto hoy nos conquista a medias. Hay otras formas más seguras, dicen algunas doctrinas, de conseguir la eternidad que permanecer en la memoria de los hombres. Cervantes opina como Aquiles: solo es más que los otros hombres quien hace más que ellos, nos dice El Quijote. Pero Aquiles, que se burlaba del dios Apolo , tuvo un motivo personal para permanecer en la guerra contra Troya : la muerte de su amigo Patroclo . Finalmente Aquiles muere a manos de París, el juez del primer concurso de belleza de la historia: el celebrado en El Olimpo por Atenea, Afrodita y Hera.

Héctor, hijo mayor de París, muere a manos de Aquiles en la defensa de su ciudad: la ansiada Troya. Este hombre valiente se entrega por defender a los suyos. Cierto, a Héctor lo reta Aquiles por haber matado a Patroclo, pero el ánimo que guiaba al gran guerrero era la defensa de su ciudad.

El Jesucristo Evangélico en este punto no es distinto del Jesucristo “en la carne” como lo llama San Pablo: entregó su vida para liberar. La muerte es el acto que consagra al héroe. Pere he aquí que mientras las calles de la ciudad de Mérida llevaban nombres de personas nunca se honró a héroe alguno. Nosotros somos de las pocas ciudades de México que no tenemos una calle “Independencia” o “Hidalgo” o “Morelos” o “Madero”.

Las calles en Mérida no reconocían a héroes locales. Ya lo hemos visto, los nombres eran: Central, Progreso, Méndez , Barbachano, Baqueiro, de Regil Estarda, Bolio, Vela, Sierra O´Reilly , Pren, Ongay, de los Novelo, etc; pareciera que los que vivían en la calle le daban el nombre. Había una regla adicional: ningún nombre maya. La Guerra de Reforma y la que se libró contra la intervención francesa cambiaron las cosas. Cuando se destazó el Convento de Las Monjas se abrió la calle 66 y se le puso Juárez por obvias razones. Algo semejante se hizo con la calle 59 que se llamó Melchor Ocampo y la 56 Cepeda Peraza.

En 1847 estalló la llamada Guerra de Castas y Mérida se confirmó como “la ciudad de los blancos” y así se hicieron los parques para Eulogio Rosado, Cepeda Peraza , Sebastián Molas y Francisco de Montejo, héroes de los blancos . Antes en Mérida no se les ponía nombres a los que mataban o morían , por la causa que fuese. La Revolución reivindicó el pasado indígena y así aparecieron los nombres de Cupules, Itzaes y Nachi Cocom. Ese espíritu de mantener la beatitud de las calles marcó a la ciudad. Lástima: es otro espíritu perdido.