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Los enfrentamientos entre liberales y conservadores en l siglo XIX cesaron en los tiempo de don Porfirio; los liberales habían ganado y, aun tiempo, habían abandonado su postura crítica contra el catolicismo. La nueva era comprendió el valor de los colegios católicos y los atrajo, desde luego que con más confianza desde Francia que era la capital del mundo. Fue don Rafael de Regil y Peón, quien al oír hablar a su hermano Alonso sobre el colegio de sus hijos, tuvo la inquietud de abrir en Yucatán un colegio como el de París-Plaicense. Don Rafael supo que don Audomaro Molina Solís pensaba realizar un viaje a Europa encontrando la ocasión favorable para iniciar las diligencias para traer a la congregación Marista a Yucatán. La familia Molina Solís, desde el siglo XIX, contribuyó al desarrollo de la educación en el estado, y en este capítulo la participación entusiasta de don Audomaro para hacer realidad un colegio marista fue determinante. Don Rafael de Regil y Peón no pudo ver cristalizados sus propósitos. El hermano de don Rafael, Alonso, prosiguió con los esfuerzos que a sus vez continuaron su viuda y sus hijos, Pedro, Alonso y Alfredo. Fue el muy dinámico obispo de Cuernavaca, don Francisco Plancarte y Navarrete, quien, en nombre de la familia Regil, fue a visitar al Superior General de congregación en Saint-Genis-Lavat. Finalmente el 25 de septiembre de 1899 se embarcaron en Barcelona los cinco hermanos que venían con destino a Progreso. Se ha sostenido que estos cinco hermanos venían decididos a señalar con sus tumbas el camino para nuevas generaciones». Sin embargo ninguno de ellos murió en Yucatán. Los nombres de aquellos primeros hermanos eran: Armancio, Paxentius, Magno, Tommasi y Ligorio. Existía un un «Comité Pro Construcción de Colegio Marista» y algunos de sus miembros esperaban con beneplácito el arribo de los religiosos. Integraban ese comité don Ignacio Peón y Peón, don Bernardo Cano Castellanos, don Benito Aznar, don José Vales Castillo, don Nicolás Cámara Luján y, el ya referido, don Alfredo de Regil Casares. Al Llegar los Hermanos Maristas les fue confiada la escuela San Rafael que había sido fundada por don Rafael Peón de Regil, habiendo vivido bajo el patrocinio de la Conferencia de San Vicente de Paul. Los Hermanos Maristas con una proyección social fundaron, en las instalaciones de la escuela de San Rafael, una escuela nocturna para adultos. Tiempo después, al sur de la ciudad, en los amplios terrenos donde algunas vez estuvo la fabrica El Telar, la Conferencia de San Vicente se dio a la tarea de fundar una Escuela de Artes y Oficios que quiso poner bajo el cuidado de los Hermanos Maristas, que al asumir esa encomienda innovaban sus tareas tradicionales. La Escuela de Artes y Oficios de San José, como fue llamada, fue fundada en 1902 y fue clausurada en 1915. Sus años de vida colman todo un capítulo de la educación en Yucatán: los productos que salían de los cursos de ebanistería eran famosos más allá de Yucatán. El ilustre Colegio de San Ildefonso, anexo al Seminario del mismo nombre, también fue puesto bajo el cuidado de los Hermanos Maristas durante un tiempo.

Los Colegios de La Primera Etapa

Además de los colegios de San Rafael y de la Escuela de Artes y Oficios de San José los Hermanos Maristas se dilataron a otros barrios de la ciudad y a algunos pueblos del interior del estado. Así en el rumbo de San Juan se abrió la escuela gratuita del Sagrado Corazón; el padre Enrique Pérez Capetillo, párroco de Santa Ana, quiso y logró que se fundar una escuela marista den la parroquia naciendo así el Colegio Católico de Santa Ana. La obra seguía en forma que hoy nos parece asombrosa pero que tenía un explicación: el Estado no podría satisfacer las demandas de educación y una una orden religiosa como la de los Maristas brindaba grandes oportunidades, aunque despertaban los recelos de los jacobinos, sin embargo, como se verá más adelante, a los Maristas siempre se las ha tenido un especial respeto. Con entusiasmo se fundaron El Colegio Católico de Motul, la Escuela de San Luis Gonzaga en Valladolid, La Escuela Católica de Maxcanú y La Escuela de la Sagrada Familia en Espita. Un gran amigo de los Hermanos Maristas fue el padre Crecencio Cruz, sacerdote que en su labor siempre demostró inquietudes sociales. Finalmente el fanatismo de la Revolución de la primera hora acabó con todas las obras e hizo salir a los Hermanos Maristas de Yucatán. Salvador Alvarado procedió con la miopía de todo los celosos: la orden de religiosas de Jesús María también fue víctima de los excesos de Alvarado, sin embargo hace apenas unos años, las religiosas celebraron sus cien años en Yucatán justamente en el estado que lleva el nombre general revolucionario: Salvador Alvarado. La historia puede ser satírica, la contumacia de los hombres enmienda sus renglones.

¡Aunque lo envíen los Diablos!

Don Martín Tritschler y Córdova, durante su exilio en Cuba, había tenido tratos con los Maristas y recordó la obra de estos hermanos en Yucatán. Sabía don Martín que la Evangelización era permanente, sobre todo en un país como México, y que las aulas brindaban la fórmula ideal para conseguirla. Así es como se dirigió al superior de la orden en México, el R.H. Léonida Garrique, quien entendió el llamado del Arzobispo de Yucatán y procedió a enviar un hermano especialmente dotado para enfrentar una encomienda importante, don Luis G. Quiroga. El padre Juan Arjona Correa, rector del seminario, y su muy amigo el Lic. Bernardo Cano Mañé se sumaron con un gran entusiasmo a la labor pionera de don Luis G. Quiroga. Sin embargo fue necesario acercase al caballero español don Rogelio V. Suarez, que era Vicecónsul de España en Yucatán, para que interviniera ante el gobernador del estado, don Álvaro Torre Díaz. Don Rogelio se dio a la gestión haciéndole notar al señor gobernador que un español se encontraba en Yucatán con pretensiones de fundar un colegio. «Si y me dicen que es Marista», respondió el gobernador. «Yo no se que sea», dijo don Rogelio. «Que si, hombre que si. Que si viene a fundar escuelas, que venga ¡Aunque lo envíen los diablos!» sentenció el culto y rubicundo Torre Díaz (años más tarde sus nietos y sus sobrinos estudiarían en el colegio fundado por aquel joven Marista). El Colegio Montejo abrió sus puertas en enero de 1930, es decir diez años antes de que se estableciera un paz definitiva entre los católicos y los revolucionarios. Esto ya es un hecho notable. Ahora bien, la apertura del colegio no puede dejar de verse como una suerte de provocación. Se trataba de un colegio católico y que pretendía llamarse con el nombre del conquistador Montejo. El que la avenidas principal del la ciudad llevara el nombre del conquistador ya era bastante. Finalmente un gobernador conservador, ex combatiente de la Guerra de Castas, le había puesto eso nombre que a los revolucionarios les sonaba a herejía. Sin embargo con la misma certidumbre que otras cosas ocurrieron en los primeros años del colegio, el nombre se ha quedado hasta nuestros días.

Transcribimos a continuación la lista de los primeros alumnos.

Álvaro Dominguez Juanes
Julián Aznar Fernández
Pedro de Regil Espinoza
Bernardo Cano Peón
Ignacio Cano Peón
Francisco Álvares Ancona
Luis Felipe Álvarez Ancona
Luis de Pau Manzanero
José E. Flores Cámara
Alberto Coello Pérez
Francisco Cantón Cano
Augusto Luis Peón Ancona
Arturo Peón Ancona
Miguel Gonzáles Angulo
Manuel J. Rodríguez Espinosa
Leopoldo J. Rodríguez Espinosa
José Castellanos Guerra
Eduardo Duarte Novelo
Eduardo Robleda Casares
Francisco Flores Ramos
Enrique J. Muñoz Rubio
Antonio Trejo Martínez
Antonio Várguez Góngora
Alonso Rosado Torres
Hérbert Rosado Torres
Rigel Rosado Torres
Jorge E. Correa Navarrete
Ernesto J. Molina García
J. Trinidad Espinosa Sánchez
Alberto Casares Ponce
Eduardo Zapata Espinosa
Federico J. Navarrete Sosa
Luis Silveira Correa
Enrique Cámara Peón

Lo primeros maristas de esta nueva era fueron: don José Sámano Zamora, don Alejandro García González y don Salvador Méndez Arceo, con don Luis G. Quiroga a la cabeza.

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