Por : Gonzalo Navarrete Muñoz

En los tiempos en que era gobernador Patricio Patrón Laviada solía invitar a comer a un grupo: Fernando Castro Pacheco, asistía cuando podía, Roldán Peniche Barrera, Efrén Maldonado Betanzos, Carlos Peniche Ponce  y yo, entre otros ; en alguna ocasión , en una de sus visitas constantes a Mérida, estuvo Fernando Espejo Méndez. En la primera comida, en el comedor de El Palacio de Gobierno, salió el tema: la relación de los intelectuales y el poder. Recordé la historia clásica: el viaje de Platón a Siracusa para influir en el gobierno de Dionisio en joven. Fue una ingenuidad de Plantón que regresó   cubierto de decepción.  Muchos siglos después se acuñó la frase: “ya estás de vuelta de Siracusa”. Heidegger sirvió a los nazis con todas sus abyecciones, pero fue hecho a un lado. Al volver a dar sus clases el celebre autor de El Ser y el Tiempo, recibió el cuestionamiento que se le hizo a Platón. Aludí a uno de los casos más tristes: Ezra Pound. El gran poeta norteamericano fue fascista y sirvió a Mussolini quien finalmente lo ignoró, lo prendieron los norteamericanos y para no matarlo lo encerraron en un manicomio 12 años. Un intelectual al servicio de un régimen deja de serlo y se convierte en un ideólogo, pero siempre precariamente. En México hay dos casos: don Daniel Cosío Villegas, intelectual y don Jesús Reyes Heroles, ideólogo. No se puede negar el positivo papel de los intelectuales en los regímenes porfirista y en el de la Revolución. Pero en términos generales en ambos casos los intelectuales no fueron leales a su deber: criticar. En este, como en otros, don Justo Sierra Méndez y Vasconcelos  fueron una excepción. Esa tarde la conversación fue abierta y muy sincera: Patrón parecía estar dispuesto a oír. En casi todas las reuniones las estrellas eran don Fernando Castro, cuando iba, y Roldán Peniche Barrera, ambos eran un manadero de anécdotas sobre el poder en Yucatán y el carácter mismo del yucateco. Una noche Patricio tuvo la gentileza de invitarnos a cenar a su casa. Ese día conté que Margaret Thatcher solía cenar con intelectuales. La Sra. Tatcher con una fuerza y un coraje que no se veían desde los tiempos de Churchill revirtió la situación económica del Reino Unido e influyó en el mundo. Ella era gran lectora de los filósofos liberales. Una noche el anfitrión fue Hugh Thomas, el historiador hispanista y de Latinoamérica. Asistieron poetas, economistas, historiadores y Mario Vargas Llosa que vivía en Londres como un modesto maestro universitario. La gran figura era uno de los sabios del siglo XX: Isahia Berlín, que ya que se fue la señora Tatcher les dijo a los asistentes: “no hay nada de qué avergonzarse”. Vargas Llosa opinó que la primera ministra se había ido a meter entre tigres. Hablamos sobre la necesidad de la unión de las diferencias en política, de la necesidad de que la oposición y el gobierno trabajen juntos. Churchill hizo un gabinete de guerra en el que estaba Clement Attlee, su opositor laborista. Los judíos son impresionantes: las grandes decisiones las toma el gobierno con la oposición. El gobierno de Patrón Laviada era el primero tras el dominio del PRI, había mucho resquemor mutuo. Sin embargo hablamos del caso de Loret de Mola y don Víctor Correa Rachó tras sus campañas electorales: los dos se unieron para conseguir un impuesto para sufragar el alumbrado público y liberar recursos. Fue un momento histórico: por lo talentoso de la medida y por la forma en que se consiguió. En esta guerra contra la enfermedad y la muerte, que también está lastimando nuestra economía, en Yucatán solo con la unión de las diferencias podremos remontar el difícil camino: conservar nuestra seguridad, reducir el número de pobres, trabajar en salud, educación y vivienda, etc . La oposición tiene un papel difícil: denunciar y colaborar. Todos los candidatos que van a participar en la próxima contienda deben tener presente que son colegas adversarios.