Fernando Espejo

Fernando Espejo

Tuve que ir a una oficina del Paseo Montejo, a una de esas diligencias perdidas que consumen nuestro tiempo. Pero fui preparado: me llevé conmigo a don Fernando Espejo Méndez. Con él me fui a sentar a una banca de madera y hierro. Sospecho que si yo no me he muerto de «roturas de venas del corazón» es por la poesía que tan bien le sienta a mis coronarias, dije yo. Y seguí por mi cuenta: si como se dice, la patria de un hombre es el cuerpo de su mujer, don Fernando Espejo es un gran patriota. Eso es estimulante cuando vemos tanto emigrante y tanto territorio anárquico, o, lo que es peor, a tanto itinerante. Porque en tu cuerpo nace la dulzura, le dice don Fernando a la dueña de sus quejas, para advertirle:

Se va a morir de azúcar tu cintura
como la flor que sueñan las abejas.

Exhibiendo las pasiones del sabor del mundo, apremia a la amada

Salada sal, salina, salinera,
sal, como una orden de salir te digo.

El misterio del amor se hace y deshace en sus palabras:

¿Qué amor, que al aire vuela y lo hace viento?
¿qué amor, que el agua hierve y la hace fuego?…
¿qué amor es este, mágico elemento,

que me enjaula de pájaros el pecho?
junto contigo, amor, ¿qué es esto?… y luego
¿de qué materia, pues, estará hecho?

Y es que no hay hombre más pobre que aquel que no tiene a una mujer para hablarle de amor. Me aclaró, hoy mi ventana amaneció canora -¡qué frase tan llena de poesía!-, y quizá por eso abundó

A veces,
por las mañanas,
he subido a mi padre en mis hombros.

Casi no siento su peso
ni su voz,
sino que están mezclados con mi peso y con mi voz,
me parece.

Quedó en silencio y me preguntó ¿cuántos códigos secretos tiene la poesía? Nuestros muertos terminaba de morir cuando morimos nosotros, por eso recordamos a su primo Alberto Cervera Espejo, quien se muriera sin tomarlo en cuenta, dejándole el gran problema del testamento.

Aquello fue legarme tu presencia,
como escribir mi propio testamento
como dejarme tu bondad de herencia…

Mas nunca me dijiste, sin embargo,
qué bienes y qué cosas, para quiénes…
¿Tus huellas en la arena, a quién encargo?
¿Y el patio de tu infancia…? ¿Tu risa… a quiénes?

Hablamos de la ciudad que es suya

Y si nos fuimos, tanto enamorando…
¿Será llegando el tiempo del tuteo
y nos digamos Mérida y Fernando?

Hablamos más y ya se había anticipado la noche. Nos fuimos juntos, pues me prometió llevarme por el cielo para cortar con su alfanje alhajas de ojalá que podría llevar de regalo a mi casa.

Otro día contaré el resto de esta mágica historia.