Por María Cristina Cortés Díaz.
La hacienda Kancabá, cuyo nombre significa «agua en tierra roja» queda a 6 km de Espita. En la primera década del siglo XX, existían en Espita haciendas y pequeños ranchos donde la gente se dedicaba a cultivar caña de azúcar y su producto surtía en cantidad suficiente a muchas poblaciones del Estado, los industriales Evaristo Peniche y los doctores Severiano y Urbano Góngora dueño de Kancabá, poseían modernos aparatos para elaborar aguardiente y alcohol, este último en esa época no se importaba en Yucatán y constituía, junto con el aguardiente, un rendimiento que beneficiaba grandemente a la localidad. Los Góngora no eran natos de la Villa, pero se interesaron por su adelanto y cultura.
El dueño de la hacienda Kancabá en 1888 era D. Santiago Peniche quien le instaló una máquina de vapor sistema «Brown & May» aplicada para la elaboración de azúcar y un teléfono, felicitándolo el periódico «El Demócrata» esperando que tan importante mejora sea para bien del partido de Espita y contribuya a su mayor progreso. En ella, se registró en dicho periódico un día de campo organizada por D. Porfirio, hijo del propietario. Para el censo de 1900, de las 30 haciendas en operación, los Peniche López, hijos de los señores Santiago y Quirino, eran dueños de 9, entre ellas Kancabá.
Después, en 1906, ya en propiedad del Dr. D. Urbano Góngora, se instaló otra linea telefónica que unía a la finca Kancabá con la Villa. El Dr. Góngora nació en Chapab, en el municipio de Ticul, aproximadamente en 1869 y debió llegar a Espita a finales de ese siglo, ya que su hijo mayor Felipe nació en 1900 .
Aproximadamente en 1910, año en que inicia la Revolución Mexicana con el general Salvador Alvarado, donde se propuso liberar a los peones de las haciendas y repartirles tierras, el Dr. Urbano Góngora era uno de los hacendados mas poderosos que vivían en Espita, además atendía su consultorio particular (era uno de los tres médicos particulares del pueblo) y estaba encargado de la salud pública del municipio. También, era propietario de una de las dos destilerías que todavía funcionaban en ese año, la cual estaba instalada en su hacienda Kancabá y por la que pagaba 12 pesos mensuales al municipio. En mejores tiempos hubieron 15 destilerías, pero la actividad azucarera había sufrido un duro golpe a partir de 1895 a raíz de que los impuestos federales se triplicaron. Dichos aumentos en los impuestos al cultivo cañero, el auge del henequén en el poniente y la llegada de los terratenientes de la Casta Divina quienes adquirieron propiedades en los alrededores, llevó a las haciendas yucatecas a endeudar mano de obra por su escasez siempre crítica, debida, en parte, a la Guerra de Castas. Al tenerla allí endeudada, los hacendados espiteños habían podido resistir la guerra. Era común obligar a los peones a permanecer en las fincas aun contra su voluntad y bajo el pretexto de tener deudas que nunca llegaban a redimirse. Era una especialidad de las jefaturas políticas en aquel tiempo, perseguir y detener sirvientes escapados de las fincas, diligencia que era muy bien remunerada. La revolución venía a remover los viejos cimientos de un sistema de servidumbre que ha pasado a la historia como una verdadera esclavitud. También, parte de la agitación provenía del descontento general contra las autoridades del régimen Porfirista, que por largos años se habían impuesto en los cargos públicos.
Sin embargo, en Espita las cosas seguían igual. En Octubre de 1912, el Gobernador de Yucatán Nicolás Cámara Vales, en su visita a la Villa, acudió a la hacienda Kancabá, de el Dr. Góngora, para un paseo campestre, según reportó en periódico «El Demócrata».
No fue si no hasta la mañana del 19 de marzo de 1915, que Alvarado alcanzó la capital yucateca, a partir de esa fecha Yucatán participó plenamente en la Revolución Mexicana y las cosas empezaron a cambiar para los espiteños que vivían subordinados y sujetos a los privilegios de los hacendados porfiristas, que a cinco años de iniciada la Revolución, conservaban intactas sus posiciones en la localidad. A finales de ese año la vida tranquila de Espita quedó trastornada, los hacendados pasaron mas de dos meses encerrados en sus haciendas con su familia temiendo los desmanes de los alvaradistas. La Iglesia San José se convirtió en un cuartel y se suspendieron los actos religiosos. Después de varios días los hacendados perdieron poco a poco el temor y regresaron al pueblo, no se les hizo ningún daño y poco a poco se reintegraron a sus actividades cotidianas. Los peones ya eran libres, habían desaparecido las deudas lo que ya no los retenía. Empezaron a abandonar las haciendas lentamente, aunque muchos permanecieron en ellas; aceptaron las ofertas de aumento de salario y de mejor trato, pero ya no eran retenidos, podían abandonar la hacienda en cualquier momento si no les satisfacían las nuevas condiciones de trabajo. Los que antes vivian en las fincas, al dárseles la libertad pasaron a radicarse a la Villa. Los hacendados porfiristas se inquietaron e inquirieron sobre su destino. Se quejaban de ya no tener fuerza de trabajo fija pues era irregular y tenían que aceptar que invadieran sus terrenos. La producción henequenera y azucarera que obtenian grandes rendimientos, a causa de los bajos salarios, dejó de incrementarse. Alvarado no quería inquietar mas a los hacendados, había quedado claro que la liberación de la fuerza de trabajo ejercería una demanda sobre la tierra y eso podría convertirse en una situación caótica que obligara a los hacendados a radicalizar sus protestas, por lo que el gobierno tomó el control y asumió la responsabilidad de controlar a los peones y se comprometía a fortalecer la liberación con un limitado acceso a la tierra con objeto de que los labradores pobres de la Villa puedan hacer la siembra de sus milpas mientras el Superior Gobierno del Estado expropiaba los terrenos suficientes para dar al pueblo de Espita que carecía de ejidos. Se hizo una relación de propietarios para que den los terrenos necesarios al objeto indicado por una sola ves y en proporción a la superficie que poseían. Había que dar 50 mecates a cada labrador que eran 200, lo que sumaba 10 mil mecates. Al Dr. Urbano Góngora le tocó dar 500. Estas haciendas se vieron obligadas a disminuir las extensiones de sus cultivos y, poco a poco, con el paso de los años irían quedando deshabilitadas y luego completamente abandonadas. Era indudable el debilitamiento que habían sufrido a causa de la pérdida de uno de sus cimientos básico, la mano de obra retenida mediante deudas, la cual comenzaba a ser parte del pasado. Ya se podía entonces distinguir las dos épocas. Las haciendas dejaron de ser mundos propios y se convirtieron en simples empresas que demandaban trabajadores, una de las primeras transformaciones revolucionarias. La Villa de Espita también perdía su capacidad para auto abastecerse, los expeones cultivaban sus propias parcelas, pero gran parte era para auto consumo, no producían los volúmenes de las haciendas. Según el censo agrario de de 1918, 1088 espiteños tenían derecho a recibir tierras del ejido, ese año se estableció el Comité Ejecutivo Agrario que sería el encargado de tramitar todo lo concerniente a terrenos. Los descendientes de los hacendados lamentaban su suerte y pensaban en cerrar sus haciendas pequeñas. Los hacendados porfiristas empezaban a recordar mejores épocas. Aun así, las haciendas seguían controlando el territorio, y aunque los campesinos invadían parte del el, eso no impedía que continuaran funcionando, habían perdido el control sobre la fuerza de trabajo pero no sobre los demás recursos, conservaban su posición como única fuente de trabajo, de la que requerían tanto los campesinos libres como lo expeones para completar sus ingresos, aunque ya no eran todopoderosas, las haciendas poseían tierra, capital y acceso al mercado. Las haciendas y los peones establecían relaciones más modernas, mas capitalistas.
En 1919 al menos 10 haciendas tenían un gran número de residentes como para tener su propia escuela, la cuales cumplían con la Ley de Enseñanza Rural de 1915 que expidió Alvarado. Kancabá era una de ellas con 16 alumnos. El 17 de marzo empezó a medirse la superficie que pertenecería al ejido de Espita. Por su parte los hacendados hicieron lo que pudieron: se negaron sistemáticamente a entregar sus títulos de propiedad a la Comisión Agraria, de esa manera se retrasaban todos los trámites. Para ese año, los privilegiados porfiristas llevaban casi 4 años sin hacer política ante la llegada de la Revolución, pero ante las disputas entre los liberales de Carranza descendientes de Olegario Molina y los socialistas de Obregón dirigidos por Carrillo Puerto, los hacendados vieron una luz de esperanza por lo que Don Marcos Peniche Navarrete, Don Urbano Góngora y otros volvieron a salir a las calles. Don Marcos resultó candidato a diputado. Encontraban en Carranza la única vía prometedora para acabar con los años de dominios socialista. Contaban con el apoyo del Gobernador Castro Morales que se había olvidado del partido que lo había llevado al poder. Las elecciones se llevaron a cabo el 9 de noviembre de 1919, los socialistas fueron derrotados, perdieron las diputaciones y el ayuntamiento quedó a cargo Don Olayo Rosado Erosa, el Partido Liberal celebró su triunfo con una vaquería popular. Se empezó con la recolección de las armas de los socialistas, Don Marcos y un soldado federal iban de casa en casa, de noche, con linterna, pidiendo las escopetas. Los socialistas estaban hundidos, dejaron de reunirse y se olvidaron de la política por un tiempo, y los mas viejos vieron las caras conocidas de la época porfirista retomar las riendas del pueblo, de la Villa de Espita. Fuera de perder las escopetas, los socialistas espiteños no sufrieron nada mas durante el tiempo en que las autoridades liberales se mantuvieron en el poder, que fue hasta que el Plan de Agua Prieta triunfó y Carranza fue derrocado y asesinado el 21 de mayo de 1920. La movilización de esos dos grupos sociales era posible gracias al deterioro del dominio de las haciendas, que habían impedido, hasta 1915, que cualquier grupo social realizara actividades no ligadas a su buen funcionamiento, la sociedad espiteña estaba organizada en torno a las haciendas que, a la ves que producían, constituían un mecanismo de control para aquella sociedad. En 1915 Alvarado remueve esa estructuración. Los expeones y la gente del pueblo empiezan a ser organizados con fines diferentes a los de las haciendas, para apoyar el proyecto socialista. El conflicto de 1919, a nivel local, es un intento de los privilegiados porfiristas, ya desplazados, por recuperar sus antiguas posiciones, y aprovechan todas las condiciones externas para lograrlo. Su problema básico, sin embargo, es que, a diferencia de 1910, esas condiciones externas ya no eran las mismas, la revolución envolvía a todo el país. Quedaron sujetos a fuerzas y fenómenos sobre los que no tenían ningún tipo de control o injerencia. Los antiguos privilegiados espiteños ignoraban que la historia los había dejado atrás y que era falso que recuperando los puestos de autoridad local, recuperarían también el dominio de la sociedad local, y que sus amistades, los hacendados del resto de país, recuperarían sus antiguas posiciones apoyando a Carranza, y que eso les permitiría retornar nuevamente a su posición dominante como cuando Díaz. La revolución los desplazaba del poder pero no los destruía, por que los necesitaban, no como políticos porfiristas sino como empresarios modernos. A pesar de que se mantuvieron en el poder durante casi 7 meses en 1919-1920, los hacendados no lograron ni iniciar el proceso de retorno a la época anterior a 1915. La derrota y muerte de Carranza permitió el regreso de Carrillo Puerto a Yucatán y de los socialista espiteños a los puestos locales. Esto permitió que se reiniciara y concluyera el reparto ejidal en la localidad que se había hechado a andar dos años atrás, la Revolución había quedado incompleta, la Ley del 6 de enero y el Articulo 27 de la Constitución imponían el reparto de la tierra, mediante la restitución y la dotación. La caída de Carranza se debió a su negativa reiterada a cumplir el compromiso asumido con la gran fuerza revolucionaria. La tierra representaba un compromiso político y los hacendados de espita pronto lo entendieron y se prepararon para liberar una batalla contra la historia y el Estado revolucionario; defenderían sus propiedades, entendieron que ellos serían las primeras víctimas de la revolución. Pero ellos, los hacendados, débiles, pequeños, casi indefensos, encabezarían la larga lista de terratenientes que perderían sus propiedades para beneficiar a los campesinos. Las haciendas pequeñas empezaron a quebrar y los cierres empezaron a ser cosa cotidiana a partir de 1920.
La resolución presidencial para entregar las tierras fue el 27 de marzo de 1921. Poco antes de la entrega se publicó la lista de haciendas que habían sido afectadas para reunir los terrenos suficientes para el nuevo ejido. Las grandes haciendas azucareras como la del Dr. Góngora necesitaban conservar grandes extensiones de monte para obtener combustible para sus calderas. En la lista, a él le iban a expropiar 2,000 hectáreas entre sus haciendas Santa Teresa, Kancabá y anexas. Los hacendados que quedaban, hicieron varias apelaciones a la Comisión Nacional Agraria y presentaron argumentos en contra de la expropiación de sus tierras, ya que destrozaría el sistema de producción actual. Los mas insistentes en sus protestas fueron Juan López Peniche dueño de Pom y Urbano Góngora dueño de Kancabá. Góngora señalaba en una carta del 21 de junio de 1921 que no sabía cuales eras las 2,000 hectáreas afectadas y que le urgía saber para no invadir y para no permitir que lo invadan. Insiste que los terrenos afectados no sirven para cultivo de cereales. Que su finca necesita monte alto para la caña de azúcar. Y que es muy peligroso que los ejidatarios cultiven maíz junto a los cañaverales, ya que éstos pueden incendiarse durante las quemas (la carta se pude leer completa en la foto con el año de 1921). Sin embargo, sus tierras fueron expropiadas ya que la Comisión Agraria ignoró sus protestas. El gobernador de Yucatán Manuel Berzunza hizo entrega definitiva del ejido de Espita que ocupaba 21,660 hectáreas el día 29 de agosto de 1921. A cada ejidatario le correspondería 20 hectáreas. Al Dr. Góngora le expropiaron el 83.6% de sus tierras, lo que equivalía a 2,158.50 hectáreas, de las 2,583 que tenía, dejándolo solo con 424.5 ha. El acto de entrega del ejido fue puro formalismo, pues las tierras ya se venían usando y seguirían usándose de la misma manera hasta 1940, año en que terminó el deslinde. En poco menos de 6 años la haciendas se habían despoblado, el pueblo de Espita ganaba importancia, pues la fuerza de trabajo se había mudado ahí. Sin embargo, de 1910 a 1921 la población de la hacienda Kancabá aumentó un 9.8% de 153 a 168 personas, contrario a las demás que disminuyó a causa de la Revolución Mexicana, como la otra hacienda de los Góngora llamada X-Yach que quedó despoblada. El año 1921, marcó también la recuperación del Partido Socialista del Sureste a nivel estatal, Carrillo Puerto había ganado prestigio con el triunfo del Plan de Agua Prieta y se convirtió en Gobernador del Estado para cubrir el período de 1922-1926.
Desplazados del poder local, los hacendados y comerciantes porfiristas habían perdido también las relaciones con sus amigos de Mérida, por la simple razón de que éstos también habían sido desplazados cuando menos de los puestos políticos. A los privilegiados espiteños se les había despojado del poder legal. Pero se defendían como podían. En 1923 la caña de azúcar aun se cultivaba en Kancabá, de D. Urbano Góngora, y en varios pequeños ranchos. Los hacendados empezaron a encontrar en el corte de madera la alternativa ante sus crisis. La leña la vendían a la compañía de ferrocarril, a la Cervecería Yucateca o a las haciendas henequeneras. En 1923, ante la expedición de una nueva Revolución Presidencial que agregaba 80 hectáreas a la dotación de 1921, los hacendados escribieron varias cartas a las autoridades de Mérida y de la capital de la república, ya que no entendían la lógica de la reforma agraria, de sustraer tierras productivas para sembrar un maíz que no entraría al mercado y que se producía de forma rudimentaria. Nuevamente, Urbano Góngora encabezaba las protestas, junto con Juan López Peniche dueño de Pom. En una carta del 12 de junio de 1923, el médico exponía las irregularidades de la entrega de la tierra efectuada dos años atrás. Denunciaba también que no se habían afectado los terrenos mas adecuados y que los ejidatarios habían quemado sus cañaverales, que su ganado había sido asesinado por que derribó las débiles albarradas construidas por los ejidatarios. Y agrega un cálculo económico interesante (se puede ver en la foto con fecha de 1923 junto con la carta de Juan López Peniche). Mientras tanto el gobernador Felipe Carrillo Puerto, seguía haciendo un gran esfuerzo en lo que se refiere a entrega de tierras, y hasta decidió afectar mediante un decreto a las haciendas henequeneras del poniente, las de la Casta Divina, pero cuando estos sintieron amenazadas sus propiedades aprovecharon el naciente movimiento delahuertista para acabar con el socialismo, con Carrillo Puerto y elementos afines como Calles. El Partido Socialista del Sureste se había pronunciado desde octubre contra Adolfo de la Huerta, y el 12 de diciembre Carrillo Puerto y un gran número de ayudantes, se ven obligados a huir rumbo al oriente, con la intención probable de llegar a La Habana para organizar desde el extranjero la lucha que le permitiera su retorno a Yucatán, a causa del levantamiento de las fuerzas armadas al mando del general Juan Ricardez Broca. Los hacendados creyeron hallar en la rebelión delahuertista la oportunidad de retomar el poder y reorganizar sus decaídas haciendas. Sin embargo, los hacendados espiteños, cuando pudieron colaborar decididamente en la tarea de terminar con el socialismo, inexplicablemente no lo hicieron. Mientras huían, Carrillo Puerto y sus ayudantes llegaron a Espita vía ferrocarril, al parecer los socialistas les dieron la espalda, y ordenó a sus acompañantes a que se dispersaran, él seleccionó a gente de confianza con quienes continuó su huida, y a los demás los dejaba libres para tomar el camino que mejor conviniera a su seguridad, y así, varios líderes socialista abandonaron el ferrocarril y se «guardaron» en los alrededores. Entre estos se encontraban César Alayola Barrera, Gual García, Gonzálo Peniche y dos hermanos de Carrillo Puerto, allí permanecieron ocultos durante los 4 meses que duró el gobierno de Ricardez Broca, ayudados – aquí está lo inexplicable – por Urbano Góngora y varios de los Peniche, que los rotaban periódicamente de haciendas para no levantar sospechas. El hijo mayor de Urbano, Felipe, se encargó de alimentarlos durante ese período. Posteriormente, ante los interrogatorios de por que los habían ayudado, respondieron que si bien había diferencias de ideología, eso no justificaba el enfrentamiento violento, sabían bien la suerte que corrían los socialistas ocultos si se les delataba. Los hacendados retoman el poder, el 17 de diciembre tomó posesión el consejo municipal nombrado por el gobernador, integrándolo Alfonso Peniche Sauri como Presidente, Dr. Urbano Góngora como Secretario y Carlos Erosa como Tesorero. En Espita había mucha simpatía por la candidatura de Adolfo de la Huerta, habiendo entre ellos muchos que hasta hace pocos días eran de contraria filiación política. Los socialistas espiteños se enteraron de la muerte de su gran líder Carrillo Puerto, ocurrida en los primeros días de enero de 1924, quien fue detenido en Holbox el 21 de diciembre pasado. El gremio militar de Obregón y el apoyo de los agraristas que recibieron las tierras, aplastaron tres meses después la rebelión delahuertista. El 18 de abril en Espita, el socialista Gonzalo Peniche Osorio, primo hermano de Marcos Peniche Navarrete, tomó la población restituyendo en sus puestos a las autoridades que funcionaban durante el gobierno constitucional. De esa manera, la revolución en Espita retoma sus posiciones y se vuelve a respirar el aire de la Revolución Mexicana, la constitucionalista, la obregonista.
En 1925, diez años después de que el reparto de tierras había sido formulado, las haciendas aun ocupaban gran parte de la fuerza de trabajo de los campesinos espiteños, pero todo había quedado preparado para que las haciendas desaparecieran y para que el ejido se convirtiera en la gran alternativa de trabajo de los «deshacendados». Entre 1927 y 1930, las haciendas azucareras cerraron, incluyendo Kancabá, a causa de las medidas tomadas por el gobernador Torre Díaz (1926-1929) que hicieron caer el precio del aguardiente. En Espita se decía que el gobernador había recibido un millón de dólares de los cubanos para que terminara con la industria cañera yucateca.
El Dr. Don Urbano Góngora se dedicó exclusivamente al ejercicio de la medicina en la misma Villa de Espita, hasta su muerte, falleció en Mérida el 20 de noviembre de 1929 a causa de cáncer. La crisis económica de ese año terminó por arruinar a la legendaria hacienda henequenera Actunkú de Olegario Molina. En 1930, los espiteños se encontrarían con que las haciendas había desaparecido, las grandes fincas se convirtieron en grandes extensiones de tierra semidesiertas, cuyas construcciones derruidas inspiraban lástima. Como único testigo de la antigua riqueza henequenera, subsistía la hacienda San Vicente del Sr. Lázaro Peniche Navarrete, quien con todo empeño luchó por conservar esta fuente económica como baluarte del esfuerzo espiteño. Fue el único hacendado que sobrevivó después de los tres golpes que habían sufrido las haciendas: la liberación de la fuerza de trabajo en 1915, la entrega de la tierra en 1921 y la crisis mundial de 1929. Su hermano Marcos Peniche Navarrete de hacendado se había transformado en un modesto vendedor de seguros, su otro hermano Pablo, quedó transtornado y murió en la miseria. Los Molina y sus descendientes no volvieron a aparecer por Espita, al igual que otro fuereño como Santiago Espejo. Alfonso Peniche Sauri murió en 1934 sumido en la desesperación. Severiano Góngora murió años atrás y Juan López Peniche murió en 1932. La población disminuía, según el censo de 1910 era de 2441 habitantes en la Villa, su municipio compuesto por 52 fincas tenia 3750; en el censo de 1939 aparece tener junto con el municipio 5678. Los descendientes de los hacendados mantuvieron sus tierras hasta 1950, incluso después. Algunos dividieron la tierra y las vendieron por partes o se las dejaron a sus hijos, o simplemente dejaron la tierra abandonada y sin producir. Hubieron casos en que las tierras de las viejas haciendas se rentaba a los milperos como lo hizo Kancabá, la renta se pagada a una tarifa de $.10 0 $.25 centavos y los milperos rentaban aproximadamente 50 mecates por año. Sin importar cual fuera la renta, está claro que los descendientes de los hacendados no tenían como ingreso principal para vivir la renta de las tierras, sino que era como un ingreso extra a la actividad principal que tenían. Gran parte de los hijos de estos terratenientes emigraron a Mérida. La mayoría estudió o medicina o leyes o contaduría; otros destacaron como intelectuales, ocuparon puestos del gobierno, de Cordemex o fueron maestros normalistas. La Revolución los transformó de hijos de terratenientes todopoderosos a pequeños burgueses, burócratas o empleados. Por otro lado, los ejidatarios no pudieron aprovechar las tierras, y como ya no estaban las haciendas para darles trabajo, poco a poco se veían obligados a buscar empleo en lugares cada ves mas lejanos de Espita para vender su mano de obra, tenían que viajar horas, por ejemplo, para trabajar en ranchos ganaderos. Incluso, llegaron a emigrar a Cancún, quien absorbió la fuerza de trabajo de miles de ejidatarios como ellos. La Villa que contaba con funciones regulares de teatro y zarzuela y que era famosa por albergar poetas y dramaturgos que eran impulsados por la Sociedad «Progreso y Recreo», se fue quedando sin gente ilustre, sin descendientes de aristócratas, sin cultura, el pueblo quedó lleno de pobres, a la Sociedad no le quedó otra que organizar bailes para elegir y coronar anualmente a su embajadora. En ese sentido Espita perdió gran parte de su vida de ciudad, se fueron los abogados, las tiendas de ropa elegante y las visitas de personajes importantes se hicieron mas raras y espaciadas, el resto de los espiteños vio como emigraban los ilustres; hasta ser Presidente Municipal ya no era algo importante en una población en decadencia.
Recomiendo ver la película «Casta Divina» la cual trata sobre este tema: https://m.youtube.com/
watch?v=7KK0m2ccB_E