Entre los debates que acompañarán a esta civilización hasta su final está el del autoritarismo y la democracia. Nuestros orígenes los confrontan: los griegos inventaron la filosofía, la lógica, la ética y su consecuencia: la democracia. Los judíos: la teología y su consecuencia: los elegidos de Dios que hablan por él. Ni la Revolución Gloriosa , ni ese cataclismo que fue la Revolución Francesa acabaron con el debate. El último atroz enfrentamiento se dio a mediados del siglo XX . Es sugerente el caso, lo protagonizaron los disidentes de occidente: Gran Bretaña y Alemania. Alemania creía en un líder iluminado, Hitler; Gran Bretaña reinventó la democracia moderna y creía en su parlamento y el gobierno que encabezaba Mr. Churchill. Baldwin, antecesor de Churchill, decía que los países democráticos iban algunos años más atrasados que las dictaduras. La Segunda Guerra Mundial nos demostró, en más de un episodio, que esto no era cierto. La grandeza de Churchill radica en que encarnó , bajo las bombas enemigas que destruían las ciudades británicas, los valores de la libertad y la democracia. Lo hizo, como lo que era, un león. Con esta consciencia fui a ver la película Churchill. El primer desencuentro fue advertir que la protagoniza Brian Cox, quien hizo del mariscal Goering en los Juicios de Nuremberg. No dejé de ver el rostro del siniestro, drogadicto y extravagante número dos del nazismo en la cara de este Churchill. Hay pasajes demasiado fuera de la realidad. Churchill era un gruñón, un tipo difícil , pero no un cretino. Finalmente era un político que sabía caerle bien a la gente. Pero lo más extraño es la postura que presentan frente al desembarco en Normandía. Cierto es que el Churchill tuvo sus dudas sobre la operación Overlord , pero el día que se le presentó al rey dijo: “cada día estoy más firme con esta operación”. Presentarlo como un hombre aterrado cuando es bien sabido que era un sujeto arrojadamente irresponsable, es otra sorpresa. Pero la más desconcertante  es lo relativo a su participación en la operación. El convocó a Jorge VI a que fueran juntos . El rey no aceptó en definitiva y le pidió que no fuera. Churchill prosiguió en su empeño y se trasladó hasta un campamento cerca del embarco. El rey mandó una carta definitiva. La respuesta de Churchill es un clásico: yo soy el primer ministro y ministro de guerra, tengo que estar presente donde juzgue necesario, usted simplemente es el rey, pareció decirle. Finalmente no  estuvo en el desembarco. El cine norteamericano nos ha hecho creer que los Estados Unidos liberaron a Europa. Es nos es justo. La guerra la ganó Gran Bretaña : aportó más hombres y elementos de guerra , y lo más importante: que con el antepasado de las actuales computadoras, inventado por Gran Bretaña, se sabían los movimientos de los alemanes y se redujo la guerra en dos años. Nada de eso dice esta película que bien presenta los zapatos con cierre , los grandes puros, la leontina, los sombreros de media copa o copa entera- Churchill -era el hombre que viajaba con más sombreros que su mujer- , y la famosa V de la victoria. También dejan claro el inagotable gusto de Churchill por el brandy y el whisky . Pero no presentan al legítimo último León.