LA TRAGEDIA DE KARLA SOUZA

San Pablo dice en una de sus cartas que como el hombre obedece a Dios la mujer debe obedecer a su marido, como la mano obedece al cerebro-abunda- la mujer debe obedecer a su marido. Esto es: la mujer no puede anteponer su libertad a la de su marido y no puede pasar sobre la sociedad. No es poca cosa: San Pablo fue el fundador de nuestra civilización. En Tarso, una ciudad griega, se formó Pablo, de ahí que usara la lógica y conociera la cultura griega. Por eso es “el apóstol de los gentiles”, es decir: de los que no eran judíos. Nada es eterno pero esa concepción de la mujer durará hasta que dure esta civilización. La liberación femenina es una forma de vivir, no una tarea que pueda acabar. Es un proceso, no un destino. Ahí donde hay mujeres libres y con la plenitud de sus derechos ocurren cosas extraordinarias. Después del nacimiento de Jesús de Nazaret uno de los grandes sucesos de occidente es el invento del amor cortés, el amor galante. Ese suceso memorable ocurrió porque había mujeres libres capaces de elegir entre un pretendiente u otro. La sociedad no encontrara el desarrollo pleno sin mujeres libres. Pero hay otros frentes que provienen de nuestros dos orígenes, de lo más antiguo de nuestras dos tradiciones: Eva sedujo a Adam para comer el fruto prohibido y Elena de Esparta, después de Troya, propició la guerra que nos narra Homero en la Ilíada. Así pues, las mujeres son culpables de grandes desgracias, hay que tenerlas muy controladas, para ser la moraleja.  Miles de años después, la literatura del siglo XIX no fue clemente con Ana Karenina ni con Emma Bouvary.

ME TOO Y LA CRÍTICA FRANCESA

En medio de esta batalla de eternidades un grupo de mujeres norteamericanas del cine crearon un movimiento “Me Too”. Se trata de denunciar los casos de acoso y abuso sexual de que son víctimas muchas mujeres en el ambiente artístico. Salieron a luz casos tremendos y escalofriantes. En contra de este movimiento un grupo de cien artistas e intelectuales francesas publicaron un texto. Mujeres de la talla de la actriz Catharine Deneuve, quien hiciera la película Belle De Juor, dirigida por Luis Buñuel-la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la célebre editora Joelle Losfeld, entre otras tantas mujeres distinguidas. El texto es de una lucidez incontrovertible.  Por su importancia histórica transcribimos partes medulares de este documento.

Pero es la característica del puritanismo tomar prestado, en nombre de un llamado bien general, los argumentos de la protección de las mujeres y su emancipación para vincularlas a un estado de víctimas eternas, pobres pequeñas cosas bajo la influencia de demoníacos machistas, como en los tiempos de la brujería.

He aquí una verdad. Proyectar a la mujer como una víctima permanente de los hombres es reducirla, es negar su legítimo poder para enfrentar cualquier situación. Es adoptar una pobre perspectiva de la mujer frente a los hombres siempre en estado de machos en celo.

De hecho, #metoo ha provocado en la prensa y en las redes sociales una campaña de denuncias públicas de personas que, sin tener la oportunidad de responder o defenderse, fueron puestas exactamente en el mismo nivel que los delincuentes sexuales. Esta justicia expedita ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su profesión, obligados a renunciar, etc.; mientras que ellos solo se equivocaron al tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar sobre cosas «íntimas» en una cena de negocios, o enviar mensajes sexualmente explícitos a una mujer que no se sintió atraída por el otro.

Exacto, Me Too, ha banalizado el verdadero delito de abuso sexual y lo ha confundido con el piropo, el error, el mal gusto y hasta el más sincero interés que no ha encontrado una forma grata de expresarse. Esto ha sido un efecto pernicioso de este estado de destemplanza que ha lastimado las vida y la carreras de muchos hombres.

Esta fiebre para enviar a los «cerdos» al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios y los que creen -en nombre de una concepción sustancial de la moralidad buena y victoriana- que las mujeres son seres «separados», niñas con una cara de adulto, que exigen protección.

Más claro no puede estar. Toda esta campaña inhibe el derecho de las mujeres a su libertad sexual. Está a favor de la mojigatería y la torpeza. En realidad, puede trabajar en sentido opuesto a aquel que persiguen muchas mujeres.

La ola purificadora parece no conocer ningún límite. Allí, censuramos un desnudo de Egon Schiele en un póster; pedimos la eliminación de una pintura de Balthus de un museo con el argumento de que sería una apología de la pedofilia; en la confusión del hombre y la obra, pedimos la prohibición de la retrospectiva de Roman Polanski en la Cinémathèque (Cinemateca Francesa) y obtenemos la postergación de la muestra dedicada a Jean-Claude Brisseau. Una académica considera que la película de Michelangelo Antonioni Blow-Up es «misógina» e «inaceptable». A la luz de este revisionismo, ni John Ford (La prisionera del desierto) ni incluso Nicolás Poussin (El rapto de las sabinas) quedan a salvo.

Los editores ya piden que los personajes masculinos sean menos «sexistas», que hablemos de sexualidad y amor con menos desproporción, o que garanticemos que el «trauma experimentado por los personajes femeninos» sea ¡más obvio! ¡Al borde del ridículo, un proyecto de ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícitamente notificado a cualquier candidato para tener relaciones sexuales! En cualquier momento dos adultos que quieran dormir juntos consultarán primero en una «aplicación» de su teléfono un documento en el que estarán debidamente enumeradas las prácticas que aceptan y las que rechazan.

Hay, desde luego, en todo este movimiento una pretensión moralizadora que puede llegar a los absurdos de Suecia. Llegando al grado que hay preguntar si es legal morderle la oreja a mi pareja o pude ser un acto de abuso. Todo esto termina con sombras de esquizofrenia.

 

El filósofo Ruwen Ogien defendió una libertad de ofensa indispensable para la creación artística. De la misma manera, defendemos una libertad para importunar, indispensable para la libertad sexual. Ahora estamos suficientemente advertidas para admitir que el impulso sexual es por naturaleza ofensivo y salvaje, pero también somos lo suficientemente clarividentes como para no confundir el coqueteo torpe con el ataque sexual.

Sobre todo, somos conscientes de que la persona humana no es monolítica: una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar siendo el objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni una vil cómplice del patriarcado.

Este párrafo histórico es de una humanidad irrefutable. Las mujeres no son viles, ni mucho menos, si disfrutan ser el objeto sexual de un hombre. El amor es la revolución perfecta que al hombre lo hace débil y a la mujer la hace fuerte. La cópula es la armonía social. Es más, en Lisistrata se les pregunta a las mujeres: “¿Qué poder tienen ustedes para impedir que los hombres sigan yendo a la guerra?” Y todas las mujeres se levantaron la falda. No hay en eso nada denigrante y sí mucho de humano.

Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio hacia los hombres y la sexualidad. Creemos que la libertad de decir no a una propuesta sexual no existe sin la libertad de importunar. Y consideramos que debemos saber cómo responder a esta libertad para importunar de otra manera que encerrándonos en el papel de la presa.

Para aquellas de nosotras que hemos elegido tener hijos, creemos que es mejor criar a nuestras hijas para que estén informadas y sean lo suficientemente conscientes como para vivir sin intimidación ni culpabilidad.

 

Que quede claro: solo ante la propuesta, inoportuna o no, existe la posibilidad de ejercer el inalienable derecho de decir “no”. No es sano para la humanidad que se engendre una animadversión contra el sexo. Fuorier decía que la sociedad solo se liberaba cuando se liberaban los deseos y los placeres. Los convencionalismos morales, creados por las clases poderosas, solo sirven para dominar. Esto fue dicho cien años antes de que Marx lanzara su célebre teoría. Marx ignoró el deseo y el placer y la necesidad de liberarlo para la felicidad y prosperidad de los hombres.

 

Pero este brillante documento empieza con una frase muy clara:

 

La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista.

 

Karla Souza sufrió una violación, el abuso de alguien más fuerte. Cualquier abuso de un poderoso sobre un débil es execrable, pero el sexual es repugnante y digno de un castigo ejemplar. Es la violación a un cuerpo y es la humillación más dolorosa que se le puede infligir a un ser humano.

 

UNA TRAGEDIA

 

Estamos ante una tragedia de corte clásico. Esta historia tiene los dos elementos de una tragedia griega: la invasión de los terrenos privados por no establecer distancia con las fórmulas de la cortesía, en lenguaje popular por “no darse su lugar”; y la hybris de Karla que no solo abrió la puerta de su cuarto sino permitió besos y caricias indeseables. La hybris es el error del héroe que desencadena la tragedia, sin ese error no hay hecho trágico que dota de drama a esta historia: Karla al denunciar se denuncia para ponerse como ejemplo. Nadie merece más compasión que aquel que por la razón que se quiera fue parte activa en su propio drama, fue cómplice de su agresor. No es fácil lo que ha hecho esta mujer: cargará con la culpa histórica que algunos le harán llegar y se le exigirá la prueba, bajo el principio clásico de que quien acusa debe probar. Quizás esto dañe su carrera en México: sus seguidores la verán con cierto recelo. Y es que quizás no habrá forma pública de salir bien de este drama que va a lisiar al presunto agresor, cargo que también se le hará a Karla.

 

LA COMPLEJIDAD DE LA NATURALEZA HUMANA

Estos son procesos muy complejos. Los que sufren violaciones tratan de negárselas y, a menudo, continúan una relación con su agresor. Se ve con asombro e incredulidad, pero así es. Síndrome de Estocolmo se le ha llamado. Sin embargo, Shakespeare le hizo decir a uno de sus personajes: “Si las cosas malas murieran cuando las hacemos que bueno sería, pero ya hechas se levantan y se van en contra de su hacedor”. De aquí que haya una urgencia íntima por proclamar la verdad, por enfrentar ese mal que nos persigue para acabarlo para siempre. Freud se inspiró en los clásicos griegos para sus teorías, Shakespeare hizo lo mismo para su teatro. La catarsis, que aparece en el psiquiatra y en el dramaturgo, cura el castigo inclemente de la memoria consciente y de la inconsciente también. No olvidemos que Karla lee la Biblia y la poesía de Silvia Plath, las dos lecturas tienen el mismo efecto: revelarnos un misterio del universo, uno como el que ahora guía los pasos de esta lindísima y talentosa actriz.