cabeza-de-muerte

Post original en Letras Libres | Septiembre 2014

Por Guillermo Sheridan

En Pasado en claro, Octavio Paz escribe que buscando un nombre para Dios recurrió al cubilete y al ars combinatoria, es decir, a los números del azar y a los de la ciencia. Creía en el poder de los números que calculaba tanto como en el carácter propiciatorio de los fortuitos. Era, dice en alguna entrevista, “muy afecto a las combinaciones de la numerología” y lo justificó alegando que, lejos de ser una excentricidad, es “parte de la tradición de Occidente”. Escribió poemas basados en guarismos augurales (uno de ellos “Piedra de sol”) y en ocasiones, frente a encrucijadas íntimas, le dio por extraer amenazas o parabienes de cifras azarosas.

Propenso al pensamiento mágico, creía en sincronicidades, casualidades y toda suerte de mancias, atento a las muchas señales insinuantes de que algo nos gobierna. (Fui testigo una vez de la honda angustia que le provocó un número para él ominoso…) Calculo que el origen de este comercio con lo que llamaba las presencias o los mensajeros fue herencia de su madre y de la fantasiosa tía Amalia: una escena infantil de Pasado en claro las muestra luchando con una cabeza de muerto, como se llama popularmente a esa polilla enorme que ostenta una calaca en el dorso del tórax.

La “mensajera de las ánimas”

vuela en la casa con un revoloteo

de conjuros opacos. ¡Mátala!

gritaban las mujeres

y la quemaban como bruja.

Después, con un suspiro feroz, se santiguaban.

Luz esparcida, Psiquis…

El poeta viejo encuentra que el bicho lleva un nombre doblemente fúnebre, acherontia atropos y pertenece a la especie de las psiquídeas; que Keats la registra en su “Ode on Melancholy” como intermediaria de las penas para apoderarse de la psique; que Rubén Darío habla de esa crisálida cuyo fulgor alumbra la “psique abolida”. Agorera de la muerte, actriz de poemas, parienta de la pobre Psique y enemiga de las mujeres, esa criatura es pura magia, una síntesis de simpatía entre la naturaleza y la ciencia, la mitología y la superstición.

La superstición, la potencia oscura, es vestigio de los tiempos en que la poesía aún no se desmembraba en filosofía y religión. Con los románticos, Paz crea una liturgia poética que subsane “la ausencia del mito” con “el mito colectivo adecuado a nuestra época” que postuló Breton. Como su maestro en Arcane 17, rubrica su aspiración a una poesía que “encarne” lo imprevisto de la misma forma en que vivir es estar atados a lo imprevisible. Paz practica esa fe y se subordina al mandato de sus lenguajes paralelos: la inspiración, el azar, la superstición, concordancias con el poder del misterio ante la tiranía de la razón: el poeta es el oficiante y el guardián de un conocimiento diferente.

En la superstición residen “los restos de una sabiduría perdida […] que no es del todo incompatible con las creencias modernas”, como dice en su ensayo sobre otro poeta de potencia oscura, López Velarde. Glosa una idea que Jules Monnerot fortaleció en un libro que intrigó a los surrealistas, La poésie moderne et le sacré (1945), pues el sociólogo reconocía algo sabido en las cofradías de los poetas: la poesía es el último reducto vivo de la magia, “la creencia nocturna en la eficacia del deseo”. Para Monnerot, poesía, magia y religión –que conviven con la ciencia, la filosofía y la organización social– preservan el ámbito de lo sagrado, una forma diferente de estar, y constituyen una defensa necesaria ante “la hegemonía del principio de realidad”. La poesía “c’est un état-autre”, escribe Monnerot, idea que anticipa el “Hay un estar tercero” con que iniciará la parte final de Pasado en claro.

Muchos años después del combate, el viejo Paz se pregunta si aquella remota cabeza de muerto tenía algo que decirle a las mujeres, y a él, que estaba entre ellas:

                               ¿Hay mensajeros? Sí,

cuerpo tatuado de señales

es el espacio, el aire es invisible

tejido de llamadas y respuestas.

Animales y cosas se hacen lenguas,

a través de nosotros habla consigo mismo

el universo… ~