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Por Gonzalo Navarrete Muñoz

Lo primero que yo diría es que este libro logra con acierto la divulgación de variados conceptos filosóficos, pero apenas digo esto es necesario ir más lejos: esas ideas se convierten en ejercicios prácticos, en una propuesta para vivir la vida. Quizás no pretendió esto, pero lo logra. Nos da una solución al dilema de la realidad. Con resonancias de Shopenhauer –lo que yo celebro– nos plantea que la realidad es una interpretación del mundo que nos rodea y del que nos separamos para ser persona –palabra que tiene su origen en una voz griega que alude a las máscaras que usaban los actores–. Nos dice Guillermo que esa es la expulsión del “paraíso terrenal”. Mientras vivimos dentro del mundo vivimos como los demás seres de la creación: felices, ajenos a la voluntad y a la consciencia. Pero fuera del mundo nuestra situación cambia y nos urge explicar lo que nos rodea. De manera tal que la realidad está construida de palabras, de las palabras que nosotros usamos para describirla. Más aún : nosotros mismos somos seres hechos de palabras. Nos explicamos con palabras y al hacerlo nos hacemos. De aquí la importancia de establecer un diálogo con nosotros mismos. De conocernos y vivir haciendo acuerdos verbales con nuestro ser. La cosa no es tan simple pero si tan necesaria.

No somos uno, sino muchos. Esta concepción me entusiasma un poco. Hace un par de años se dio una noticia de la que se habla poco: se habían descubierto unas algas marinas que se regeneraban, esto podía ser el principio de la eternidad, o de las vidas muy prolongadas. Yo pensé rápidamente: ¡Qué aburrido ser quinientos años Gonzalo Navarrete! Pero en realidad yo no soy uno sino varios, y podría distribuirme a lo largo de esa vida tan prolongada. Conocer a todos los que somos es una tarea ardua pero indispensable para poder vivir o, al menos, para poder conocer lo que nos rodea. Sin embargo es imposible no hacer una objeción: pocos son los hombres capaces de establecer ese diálogo consigo mismos. Muchos son los que no pueden verse a sí mismo, saben que hay, en zonas oscuras otros, pero temen encontrarse con esos seres que están agazapados, actuando en la inconsciencia. Freud lo descubrió no sugirió el diálogo interior sino el sicoanálisis, que es la cura de las palabras pero con la ayuda de otros.

Este libro que hoy presentamos tiene una vocación didáctica en más de un sentido, pero hay un signo especial: en cada capítulo hay una sección de “Tema de trabajo y reflexión” y “Palabras y conceptos claves”.

Sin embargo en el capítulo 2 se nos plantea unos casos de estudio: la respiración, ineludible en los seres humanos y por eso marca el paso del tiempo: como respiramos de desliza el tiempo; la cercanía con el suelo, algo que nos ha arrancado la modernidad, sin embargo , en el nuevo urbanismo, se exige que las ciudades no tengan segundos pisos, ni pasas a desnivel, y que las colonias tengan un nivel humano: es decir que los hombres puedan caminar sobre el suelo. El tercer caso de estudio es el ejercicio físico, el cuarto es la alimentación y el quinto es nuestra relación con la enfermedad, apartado que merecería en si todo un volumen. Pero hay que tomar en cuenta que con el cuerpo no hablo sino actúo con él y en él y en ese sentido tengo que atenderlo. Guilermo introduce una voz afortunada: amor. Hay que atender al cuerpo con amor. No estoy tan seguro que el dolor sea inevitable y el sufrimiento sea opcional. Pero si creo que cómo para todo lo humano hay una preparación y casi nunca nos preparamos para el dolor y el sufrimiento. ¡En cambio cómo lo hacemos para el placer! Lavine asume una descripción muy interesante del ego que nosotros mismos nos construimos: es devastador, es el espíritu del Catoplebas, ese animal de la literatura fantástica que se devora a sí mismo empezando por los pies. De ahí la importancia de que confinar al ego a sus dominios, evitando que salga de ellos. En el capítulo 6 se presenta una propuesta de higiene mental: paso 1 la luz, paso 2, la curación y paso 3 la prevención; la luz se busca dentro de uno mismo, con el diálogo interir y el dominio de la respiración que marca el ritmo del tiempo. La curación es estar alerta para no subirse al carro de los pensamientos repetitivos y obsesivos.

Este encantador libro tiene algo que nos avisa de su seriedad: no desgasta los términos, no permite que uno solo se escape: todos tienen significado, una razón de ser y un destino, esto último es lo más importante. Lavine no se abandona a ninguna jerga. El impone el sentido, eso ya nos habla de una excelente nivel.

Los judíos no tiene tradición de rupturas como nosotros. De ahí la acumulación de tantos miles de años de sabiduría. Eso nos lo muestra el epígrafe de este gran libro: “Sino soy para mi¿entonces quién?” Si solo soy para mi ¿quién soy? Y si no ahora ¿Cuándo?”. Estas frases son un tratado del existencia del hombre que es dado a multiplicar las palabras para ocultar la verdad.

Debo confesar algo. En estos días he leído y releído este libro y no termino. Discuto con él, me convence o sigo mi discusión. Dice Javier Aranda Luna algo muy cierto: ¿Quieres saber cuál es un buen libro? Es fácil: el que aún leyéndolo nunca lo acabas. Doy testimonio de que es un libro cuyo destino será la cabecera de quien lo lea.