Por Porfirio Roma Lizarraga

De acuerdo con la cronología, es muy probable que Fuentes hubiera leído la novela de Henry James, pues éste falleció en 1916, cuando la mayor parte de su obra ya se había publicado; mientras que el mexicano nació en 1928. Y nadie pone en duda la influencia de James en la obra de Fuentes, como veremos en el caso particular de Aura y Los papeles de Aspern.

La aseveración de Ricardo Garibay fue, sin embargo, exagerada, y hablar de plagio es completamente infundado. En literatura hay un axioma irrefutable que postula que lo importante no es lo que se dice, sino cómo se dice; las mismas historias de amor se repiten a lo largo de diferentes culturas, separadas ampliamente por el tiempo y el espacio geográficos, sin que eso les quite méritos ni logros literarios. Y éste es el caso que encontramos en los paralelismos entre una y otra narraciones.

Los mentados papeles

La anécdota de Los papeles de Aspern es la de un editor que va en busca de ciertas cartas y papeles inéditos del fallecido poeta estadounidense Jeffrey Aspern. La historia que dio pie a la ficción pudo partir de la existencia real de una anciana centenaria, amante de Lord Byron —y después de Percy B. Shelley—, que vivió en Florencia con una sobrina mayor de 50 años. Un capitán de apellido Silsbee supo que la anciana atesoraba cartas del poeta británico y se hizo huésped en su casa, con el propósito de apoderarse de ellas. Así sucede en la novela de James, pues el editor —cuyo nombre jamás se menciona— va a Venecia y se acerca a la mansión donde la señora Juliana Bordereau vive con su sobrina, la señorita Tita. El audaz editor consigue instalarse con engaños en la mansión, pensando en la posibilidad de enamorar a la señorita Tita como un recurso para apropiarse de los papeles de Aspern.

El palacete que habitan las mujeres es lóbrego, oscuro, y con muchas habitaciones vacías y en penumbra. Las mujeres procuran con gran cuidado poner una barrera al repentino huésped para que no se acerque a Juliana, pues ella no quiere que la molesten. Con todo y eso, consigue aproximarse a Tita, a quien la idea de ser su enamorada no le disgusta en lo más mínimo; tampoco a su tía, como al poco tiempo demuestra codiciosamente en el monto del hospedaje, que no es sino la forma de proteger económicamente a su sobrina, una vez que ella parta de este mundo.

La ambición del editor, quien siempre insiste en que su deseo es dar a conocer al gran público la obra inédita del poeta, tal vez sea monetaria o por lo menos de gloria personal; sin embargo, no resulta suficiente cuando enfrenta la posibilidad de tomar la mano de la señorita Tita, quien, a la muerte de la anciana, se convierte en la propietaria de los papeles de Aspern, poniendo como precio: «matrimonio». Es tal el despecho ante la negativa, que la mujer hace lo que se temió que haría Juliana Bordereau: quemar todos y cada uno de los papeles de Jeffrey Aspern.

Paralelismos y divergencias

Ésta es la historia de la novela de James, y su lectura advierte un afán interiorista del autor, un profundo deseo de penetrar el alma de los personajes para comprender su comportamiento y la condición humanas, y un acercamiento a conductas más comunes: la devaluación de la personalidad de Tita frente a un carácter demoledor como el de su tía, que le impide ser una persona completa durante toda la vida, convirtiéndola en una desvalida, incompetente para vivir por sí misma; la personalidad de Juliana Bordereau, caprichosa y posesiva, que desea controlar la vida de su sobrina, como una continuación de la que ella misma sepulta en el palacete veneciano luego de su derrota como mujer ante la muerte del amante, hecho que la lleva a aislarse y a arrastrar en esa decisión la vida de Tita.

Pero, sobre todo, está la ambición y la hipocresía del editor que va en busca de los textos inéditos, merodeando primero y luego penetrando el mundo de las Bordereau; que engaña con su nombre y tiene la enorme paciencia de instalarse en la casona por todo un verano hasta que, desesperadamente, entra a la habitación de la anciana a hurgar en un baúl y es descubierto in fraganti, ganándose el insulto de «editor sinvergüenza». Pero al final, sus escrúpulos y sentirse rebasado por las circunstancias, le impiden cometer la mayor canallada: casarse con la señorita Tita sólo por el interés de la obra de Aspern.

Ya en donceles

En Aura1 tenemos una historia en la que no faltan los paralelismos y las similitudes, pero la obra apunta en diferente sentido en lo que se refiere a su objetivo final. Sorprende desde un principio por el recurso escritural de un narrador omnisciente en segunda persona; todo el tiempo se dirige al personaje Felipe Montero, como si fuera un autorreproche por lo que hace o deja de hacer.

Felipe Montero es un joven historiador, con trabajos bastante mediocres hasta el momento en que lee en un anuncio de periódico que solicitan a alguien con sus características físicas e intelectuales para trabajar. Decide acudir al llamado, y llega a una casa antigua del centro de la ciudad de México —oscura y húmeda—, que habitan una vieja centenaria y su sobrina. Una gran diferencia es la motivación que lleva a los dos personajes a las lóbregas casas, la de Venecia y la de la calle Donceles, pues Montero va en busca de un trabajo y por la paga que se anuncia fabulosa para un ayudante de profesor, mientras que en el otro caso hay engaños.

Las descripciones quizá nos lleven a pensar que Fuentes leyó antes a James, pero no hay ni en la forma ni en las intenciones del autor alguna similitud que despierte mayor sospecha. La señorita Tita es una mujer entrada en años y con una actitud desvalida, mientras que Aura es un portento, cuya belleza deja deslumbrado desde la primera vista al historiador que acude a clasificar las memorias del fallecido general Llorente, marido de la señora Consuelo. Es decir, un personaje va por unos papeles que desea obtener y que jamás logra ver, mientras que al otro se los ofrecen y los lee —llegando así a la conclusión de que no valen mucho la pena—.

No importa que también, al final de la novela, los haya tomado sin permiso de un baúl que se parece tanto al de Juliana Bordereau, en una habitación igualmente oscura y desordenada. Y no importa, porque Felipe Montero termina reconociéndose en la persona del general Llorente, se convierte en la reencarnación a la que la vieja Consuelo intenta asirse mediante influjos de magia y herbolaria que emplea para recobrar la juventud; cosa que consigue proyectándose en Aura, que no es otra que la misma señora Consuelo, descrita por su difunto marido como una mujer proclive a la magia y a prácticas deshonrosas.

La historia es mucho más corta, pero, quizá, mucho más impactante en el caso del mexicano, pues añade elementos sobrenaturales para ponerle ciertas trampas al lector descuidado, y no se trata de una historia de fantasmas, sino de una búsqueda constante de la identidad. No da respuestas a las eternas preguntas de quiénes somos y a dónde vamos, pero insiste en la importancia de cuestionarlas si no queremos pasar por una vida frívola y vacía en su esencia.