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Patricio Patrón Laviada y Manuel Fuentes Alcocer

En un país como el nuestro en que, desde Lo Colonia prevalece la administración pública patrimonialista, la honestidad es una excepción. Cierto, una de las causas de nuestra insuficiencia de desarrollo, y de la existencia de 60 millones de pobres en México, está dada porque la función pública es vista como un botín. La misma sociedad tolera el que los políticos se enriquezcan y recela de la honestidad.

Los hombres del liberalismo mexicano del siglo XIX eran muy pulcros en el manejo del erario público. Don Benito Juárez fue un hombre pobre aun cuando estuvo en su cargo quince años. El mismo don Porfirio, que fue presidente de México por treinta años y que fue el general que recuperó la ciudad de México para don Benito y la “República Restaurada”, no era un hombre de caudales. En los últimos años de su vida, ya viviendo en París, pensaba regresar a México para cultivar la caña de azúcar, “me dará para vivir” le decía a los suyos. Quizás don Porfirio no amasó las inconmensurables fortunas que se verían después porque no necesitaba dinero: tenía todo y a todo México.



La Revolución creó una clase política zafia, voraz e impúdica. Aunque Vasconcelos, en esto como en otras muchas cosas fue una excepción; y el mismo don Plutarco Elías Calles –que de ninguna manera es un modelo de virtud– no se preocupó en amasar una cuantiosa fortuna. Cualquier funcionario de segunda en una administración municipal solucionaba su vida solo con unos años en la administración pública. Muchas son las frases celebres que consagran en el imaginario popular la administración patrimonialista: “el que no tranza no avanza”, “mientras más obra más sobra”, “un político pobre es un pobre político”, etc. Esa mentalidad de saqueo de las arcas públicas solo se ha detenido en momentos memorables. Por el contrario, en los últimos años, ante la lucha electoral ha tomado una importancia. Se requiere una gran cantidad de recursos para costear una campaña, esos recursos provienen del manejo discrecional de los fondos públicos. Prevalece más el interés de tomar dinero para las campañas electorales que el de impulsar proyectos de desarrollo económico. Los millones de pobres en este país son en gran parte por lo que se roban unos cuantos que regentean en poder público. Pero hay casos de excepción. Dos ellos son Patricio Patrón Laviada y Manuel Fuentes Alcocer, quienes fueran gobernador y alcalde de Mérida, respectivamente. Patricio está luchando como muchos mexicanos por mantener a su familia en su negocio de artículos para la pesca, tiene su casa hipotecada y vive con limitaciones. Manuel Fuentes Alcocer tiene un taller automotriz y trabaja como un microempresario, con todo el esfuerzo que esto implica. Ambos son el honor de Yucatán. Muestran lo mejor de nuestra vida pública y son dignos del reconocimiento y del respeto de todos, por el bien de las próximas generaciones.