Ha circulado por las redes sociales una nota en la que se proponen algunos nombres de candidatos para  cronista de la ciudad de Mérida. Los nombres propuestos pertenecen a personajes distinguidos y respetables pero que no cumplen los requisitos para ocupar un cargo tan específico. Existe un reglamento aprobado  en el que se detalla puntualmente las características que tiene que tener quien vaya ser nombrado cronista de la ciudad. Ya antes se ha mencionado a la señora María Teresa Mézquita Méndez , mujer muy capaz y estudiosa, pero que no reúne el perfil de acuerdo al reglamento. La situación es muy clara: se trata de dar reconocimiento al que ya ejerce como cronista, a quien trabaja en la crónica de la ciudad de Mérida. Es muy claro lo indicado: quien aspire al puesto tiene que haber publicado una obra- un conjunto de libros , artículos , ensayos , videos, etc- sobre Mérida, su historia, sus tradiciones y costumbres.   Se puede escribir en prosa o en verso esas crónicas que tienen que estar publicadas. No se trata de alguien que pueda hacerlo, sino de alguien que ya lo hizo y lo sigue haciendo. La labor de la crónica es pasión, no designación. Hace algún tiempo a Roger Metri Duarte, en aquel entonces Director de Cultura del Ayuntamiento, ocurrente como era se le antojo nombrar cronista de Mérida a Sara Poot Herrera. Sarita es una mujer de extraordinario valor pero desde los 14 años no vive en la ciudad y jamás ha escrito una crónica sobre Mérida. “La puede escribir”, se dijo con audacia . Posiblemente, pero después de varios años de hacerlo, de radicar en Mérida y conformar una obra podría ser candidata. Es sorprendente: se supone que una persona culta, académica o intelectual, puede ser cronista y este es un tremendo error. Para fortuna de todos, incluida Sarita que se exponía a una dura crítica, el proyecto de Metri no prosperó sobre una base incontrovertible: la designación violaba las disposiciones legales vigentes. Este es un trabajo especializado que solo lo pueden realizar un puñado de personas. A ellas son las que con toda prudencia hay que ir acercando hasta  poderlas nombrar, como se hace en muchas ciudades de México. Un nombramiento no hace a un cronista, solo lo reconoce públicamente. Pretender improvisaciones no solo viola el reglamento sino que se convierte en fuente de permanentes conflictos y debates públicos en un tema muy específico que poco deja a la interpretación. A la par salen los espontáneos, parlanchines que critican la labor de los cronistas actuales sin saber lo que hacen en realidad. Con poca noción del ridículo, y la vergüenza, critican que no se realice la crónica y proponen a quien nunca ha hecho una ni trabaja sobre Mérida. Esto es una aberración consumada. Por otro lado se sabe que el señor Irving Berlín Villafaña tiene una declarada animosidad hacia los cronistas actuales y está en busca de quien los agravie. Es tal su obsesión que ya logró impacientar a las autoridades municipales quienes lo cuestionaron francamente. El señor director de Cultura no pudo exponer las causas de sus devaneos. Y así es: no hay causa aparente, lo que hace suponer que  sus aversiones provienen de la inconsciencia. Don Irving conformó un comité para las actividades de Mérida Capital Americana de la Cultura y no incluyó a los cronistas, esto es: no podrá explicar sus antipatías pero si puede exponerlas sin ningún rubor. Es contrario al buen juicio y a la sana administración pública contraer esas repulsiones. A algunos de los cronistas se les dio esta explicación de la que damos parte sin tomar parte: don Irving es un escritor, es un poeta, pero no ha logrado todavía escribir algunos renglones de mayor memoria. Nada hay que afrente más a un escritor sin recursos que otro que si los tiene. Se piensa que el señor Berlín Villafaña se perturba ante la cuantiosa producción de los cronistas: narración, verso, ensayo, aforirsmos, crónica con variados temas, producción de libros anuales , programas de televisión y de radio pueden despertar recelos en quien no tiene esa capacidad. La tesis es forzada a todas luces. Sin embargo no deja de verse la sombra de la enviada. La enviada es un pecado capital, es el pecado de los tontos, porque todos los demás tienen un goce que da lugar al pecado. En el caso de la envidia , que es el dolor del bien ajeno, se sufre desde el principio. Empero el problema es menor: a los hechos la lengua no les puede quitar ni poner nada. La labor de los cronistas es pública, si la realizan está a la vista y todo lo que se diga define a quien lo dice, lo revela como un ignorante o calumniador. Si no, si no hacen su labor no se necesitara demostración alguna, se mostrara sola la pereza o la incapacidad.  Lo que queda claro es que hasta ahora solo se han invocado los argumentos de la ignorancia y si acaso hasta los de la envidia.