A menudo los políticos tienden a multiplicar las palabras para cumplir con el propósito de evadir una respuesta o establecer un compromiso.  

 

El análisis de don Fernando Lázaro Carreter  parece lúcido y afortunado. Don Fernando sostiene que en el leguaje de los políticos, y muchos de los que se entienden con ellos, existen dos tipos de voces: las “núcleo” y las “periféricas” , Entre las primeras están las palabras  nación, estado, constitución, leyes, ciudadano y algunas otras, todas importadas del lenguaje jurídico y la teoría general del Estado. Entre las segundas la definición  requiere de talentos especiales. Digamos que cada época tiene las suyas. Hoy parece no tener significado  la palabra “revolución” que fue un abracadabra, la invocación de todas las leyes y , al mismo tiempo, un arma para descalabrar a los adversarios. En nombre de la mentada “revolución” se confiscaban casas y haciendas, se construían carreteras y escuelas y se ultimaban adversarios. Su uso era a la medida de los intereses de quien podía pontificar con ella. El “ cambio” fue una voz que tuvo una efímera vida. Nació en la periferia y se perdió por los rumbos de la historia. Nadie hablaría hoy del “cambio”, ni aquellos que fueron sus paladines.

“La reacción” sigue estando en la periferia, lo mismo que “la izquierda” y “la derecha”,  términos vagos usados de acuerdo a las circunstancias. “Los reclamos ciudadanos” y “la voluntad de la mayoría”- excepción ésta última de la electoral- son expresiones que presuponen la existencia de un exégeta que las elucide, un iluminado que las vea con toda su complejidad y las interprete.

  Cualquiera puede sentirse confundido: desde hace décadas vivimos “reformas administrativas”, “reformas fiscales” y “reformas políticas”. ¿Algún día llegaremos al estado “reformado”? No lo creo. ¿Cómo justificar tantos gastos y tanta faramalla? El que un político con ideas socialistas  hable de “capital político” puede ser un acertijo: ¿A qué capital se refiere al de Marx o al de Keynes? ¿Al de las teorías o al de las cuentas bancarias? Se usa con frecuencia una palabra que me parece especialmente graciosa: “apostar”; en su primera acepción es pactar con alguien sobre algo y quien se equivoca tiene un castigo. Cierto, en su quinta acepción es poner su confianza en una idea que ofrece cierto riesgo. Realmente es que para la gente una apuesta implica un juego de azar y esto no la viene bien a una proposición política. Las  exactas expresiones que han tenido que sufrir el descrédito del cinismo han inmortalizado a sus autores: “Este gallo quiere maiz”(sic), “Guajolote que se sale del huacal mañana es mole”, “Nadie cree lo que dices porque no dices lo que crees”, “No hay general que aguante un cañonazo de cincuenta mil pesos”, “¿Quién mató a Obregón? Cállese y pórtese bien ”, “La moral solo es un árbol que da moras”, “El que se mueve no sale en la foto”, “Un político pobre es un pobre político”, “Defenderé al peso como un perro”, entre centenas.

“La marcha al mar”, “El trabajo fecundo y creador”, “Arriba y adelante”, “La solución somos todos”, “La renovación moral de la sociedad” y otros slogans han sido sustituidos, al menos en Yucatán, por expresiones cariñosas, afectivas. Esto no está mal: la política es el arte de vivir en armonía y bien se pueden combinar los planteamientos a favor del desarrollo con expresiones cariñosas y es posible que haga menos áspera la política para los ciudadanos.

Me parece que todos los políticos se comunican no solo con palabras sino por obras que a la larga se imponen por sí mismas.

Un sabio de la política a la antigua sentenció: “Piensa mucho lo que vas a decir, habla poco y no digas nada”.