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En las primeras décadas del siglo XX las escuelas públicas gozaban de un gran prestigio. La escuela primaria «Hidalgo» de los tiempos del Prof. Remigio Aguilar Sosa, era una institución reconocida como de primer orden. Las secundarias «Adolfo Cisneros Cámara» y «Agustín Vadillo Cícero», tenían una sólida fama. Claro está que la preparatoria por excelencia era la del Instituto Literario, existiendo solo una privada: la de la Universidad Iberoamericana que funcionó en los años veintes. Las escuelas públicas eran vistas como mejores en comparación con las escuelas privadas. Volvieron los Maristas y las religiosas de Jesús María, así como las religiosas del «Colegio de la 64» y reabrió sus puertas el antiguo colegio Teresiano, sin embargo estas escuelas, a las que se les descalificaba llamándolas «confesionales», eran para las familias que deseaban, expresamente, una formación religiosa para sus hijos. En esos años de la primaria a la Universidad, las escuelas públicas – proporcionaban formación en el área de actitudes, con el enfoque, como hemos visto, de los principios del liberalismo y el concepto de solidaridad social que aportó la Revolución mexicana. Se decía, y se dijo por mucho tiempo, que la ciencia y la técnica llevaban la virtud, sin embargo eran comunes las prédicas de los maestros para alcanzar los modelos de conducta de los alumnos de primaria, secundaria y preparatoria que eran muy claros; otro tanto se puede decir del universitario. Hubo, en efecto, algunos excesos. Don Joaquín Ancona Albertos, el legendario «don Huacho», en la preparatoria instituyó una materia que se llamaba «Religiones Comparadas», cuyo resultado era que los jóvenes dudaran y se cuestionaran los principios religiosos, esto afectaba a aquellos que tenían una especial formación católica. Se decía que don Joaquín se ocupaba en hacerles peder la fe a todos los jóvenes que llegaban a la preparatoria, pero a un tiempo, se perseguía formar a los muchachos con los principios del liberalismo y la conciencia social. Don Joaquín, más enérgico en este sentido que el Dr. Urzaiz, tuvo algunos problemas y su postura dio lugar a al apertura de la «Preparatoria Libre», de carácter privado y con una efímera vida.

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Primeras instalaciones del Colegio Montejo en Mérida. Escuela privada dirigida por los hermanos Maristas.

Sin embargo la burocracia y la politización de la educación pública en México fueron haciendo blanco en la escuela pública. La figura del maestro, al servicio del sistema de educación pública, se fue traumatizando. Hizo falta visión, talento y valentía para enfrentar la inmensa problemática que se fue gestando. Finalmente don Jesús Reyes Heroles, uno de los grandes ideólogos del priísmo, declaró hace veinte años: «la Secretaría de Educación Pública en México es un elefante artrítico». A esta compleja problemática ha contribuido la centralización del sistema que sofoca, y limita, las iniciativas estatales. Otras ordenes religiosas han abierto colegios en Yucatán incrementando la oferta educativa; en este sentido los Legionarios de Cristo, con su Instituto Cumbres, brindaron otra alternativa para la educación católica de varones, que era atendida únicamente por los Hermanos Maristas y, por algún tiempo, por el Colegio Peninsular cuando fue dirigido por religiosas norteamericanas. En Yucatán se retrasaron en aparecer las universidades privadas, pero hoy las hay en un buen número. Desde luego que el Instituto Tecnológico Regional de Mérida implicó, a mediados del siglo XX, una transformación importante en el campo de la educación en Yucatán, no solo por el enfoque de sus programas de estudio sino por su vinculación con el aparato productivo y por la calidad de sus maestros, algunos de ellos becarios en el extranjero y con relaciones con otros centros de estudio en México, Estados Unidos y Europa.