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A principios del siglo XX la ciudad de Mérida vivió una gran vitalidad urbana como no se había visto y no se vería sino cerca de cien años después. Se embanquetaron las aceras, se pavimentaron las calles con ladrillos importados, se hicieron los pozos pluviales, se reconstruyó el antiguo Paseo de las Bonitas para convertirse en la Calle ancha del Bazar -mudanza devaluatoria en nombre y destino- y se realizaron construcciones especializadas de todo tipo. En este fervor se rescató un antiguo barrio colonial que se había deprimido hasta la desaparición: Santa Catarina, al poniente de la ciudad. Justo en la antigua plaza colonial se levantó el parque de La Paz, llamado así en honor de Don Porfirio que era el héroe de la paz. La penitenciaría, el Centenario, el hospital O’horán y el hospital Ayala se construyeron como los templos de la Colonia: para perdurar. Algunos de esos edificios han conseguido su pretensión siendo el caso más cautivador el del Centenario. La avenida que se desprendía de este complejo se llamó de La Paz y ha tenido algunos cambios y adaptaciones: Pino Suárez, Itzaes -cuando la Revolución puso por primera vez nombres mayas en la Ciudad de los Blancos-, Internacional, Aviación y quizás otras. La nobilísima calle 59 unía el oriente con el poniente de la ciudad pasando por la Plazuela del Jesús. “La Marcha al norte” de Mérida ya se había dado desde finales del siglo XIX con el nacimiento de dos avenidas: Montejo y Reforma. Las dos avenidas estaban marcadas políticamente: los conservadores se centraban en Montejo que estaba presidido por el palacio del General Cantón, gobernante conservador. La avenida Reforma era la preferida por los liberales. Desde luego que era necesario unir nuevamente el oriente y el poniente pero a la altura de Montejo que acercaría la avenida Pérez Ponce para alcanzar la calle 50 que conduce a La Mejorada y San Cristóbal. Fue el General Salvador Alvarado el que promovió que se trazara una avenida que cumpliera con el oficio de la vinculación: la Colón. La flamante avenida cumplió décadas después con una función adicional: propiciar que la colonia García Ginerés, el antiguo San Cosme, y el Reparto Dolores Patrón engendraran la Alcalá Martín y que ésta diera lugar tiempo después a la Buenavista que se uniría a la Colonia México que devenía de Itzimná que recibía a la Pérez Ponce y podía conducir a la calle 50. Pero la más significativo de la avenida Colón radica en que en ella se unieron los antiguos hacendados e industriales con los políticos revolucionarios que habían sustituido con vigor a los liberales. En la avenida Colón construyeron sus casas gobernadores revolucionarios, hasta el punto de que en su cruce con la Reforma se asentaron tres gobernantes, motivo por el cual la gente le dio por nombre festivo “La esquina de los tres ladrones”. A una cuadra de esta esquina, sobre Reforma, Felipe Carrillo Puerto dispuso la residencia que ocuparía con Alma Reed ya que se hubiera consumado el matrimonio que lo hizo abandonar el gobierno con prisas. Con un acuerdo entre una comuna panista y un secretario de Estado priista, Jorge Carlos Ramírez Marín, se han establecido las necesarias reparaciones a la avenida Colón que se encuentra tan martirizada por el tiempo. Al destino le gustan las simetrías y los leves anacronismos: ese espacio vuelve a convocar a personas de distintas ideologías.