El Papa Alejandro VI, un Papa Borgia, dividió el Nuevo Mundo entre España y Portugal. La razón de esta entrega: media Europa ya se había desligado del catolicismo. Las protestas de Lutero y Calvino habían tenido gran éxito. Enrique VIII fundó la Iglesia Anglicana y separó a Gran Bretaña. América es desde hace más de 500 años el continente de la esperanza. Pero he aquí que la justificación moral de la Conquista fue la Evangelización, así pues para tener derecho a los privilegios había que ser y parecer católico. La encomienda indiana, una institución ominosa, pretendía eso: a un encomendero le pagaban los indios a cambio de ser evangelizados. Estas obvenciones no eran para la Iglesia, que tenía las suyas y muy jugosas, sino para los laicos que se beneficiaban de la conquista en nombre de la Fe. Esto ya marca la presencia de una doble moral. Por un lado se protestaba el amor a Cristo, su Evangelio y su Santa Iglesia, y por otro se explotaba en nombre de los tres. En el frontis de la espectacular catedral de Mérida no hay un solo Cristo. Está el escudo de un rey Habsburgo  y sobre éste el escudo imperial de Agustín de Iturbide. El mensaje está claro: aquí manda el rey o el poderoso en turno. Visto esto Alvarado le hizo un gran bien a la Iglesia de Yucatán al profanar la Catedral: rompió ese vínculo. En la Casa de Montejo, la manifestación del plateresco de indias más valiosa en un edificio civil, se puede apreciar como dos soldados españoles con atavío de campaña , garrote incluido, le pisan la cabeza a dos indios con cara de demonios. No es la Cruz de Cristo , ni la fuerza del Evangelio, es el poder de los soldados de Su Majestad el que doblega al demonio que vive en los indios. Cierto, tras 10 años de haber caído Tenochtitlán ocurrieron los hechos del Tepeyac: una Virgen morena, madre del Dios por quien se vive, le habla a un indio. Es de gran trascendencia: los vencidos, que habían perdido todo, encuentran a la Madre de Dios que les habla amorosamente. Eso nunca pudo ocurrir en Mérida, la Ciudad de los Blancos, aquí una Virgen Blanca se le aparece a un Blanco, don Esteban Quijano, y pide un templo en un pueblo de indios , la ahora parroquia de San Sebastián. La doble moral de nuestra fundación nos ha acompañado a lo largo de estos siglos. Las visitas de los papas a la Ciudad de México son una prueba tumultuosa: miles de mujeres y hombres salen frenéticos a aclamar al Papa. Sin embargo la ciudad de México aprueba todo lo que El Vaticano condena con energía: el matrimonio de personas del mismo sexo, la adopción de niños por estos matrimonios y el aborto. El Evangelio obligaría a Francisco a sacudirse las sandalias en caso de visitar la Ciudad de México . ¿De qué sirve que cientos de miles aplaudan si hacen lo contrario de aquel al que están aplaudiendo? Nuestra jerarquía no es ajena a esta doble vida. Los obispos son herederos de los apóstoles, ellos comparten su carisma con los sacerdotes. Sin embargo todo obispo se encuentra con una encrucijada : estar cerca del poder o del pueblo de Dios, al menos en los asuntos que los separan. Una manera de perder a un buen sacerdote es hacerlo obispo. La Cristiada exhibió nuestra doble moral y lo que a menudo aqueja al Episcopado: lejanía del pueblo de Dios y cercanía al poder. A menudo estos pasajes son tristes. Hace años Javier Acevedo Menéndez , junto con otros laicos yucatecos, se enfrentó a unos diputados por el tema del aborto. Una diputada parlanchina hizo declaraciones contra la Iglesia y sus ministro. Hubo que responderle con energía. Tiempo después un obispo se retrató cenando con esa señora en un evento. La confusión fue tremenda para quien cree en el Evangelio y en la Iglesia Católica como la Barca de Pedro, la que nos conduce a la Tierra Prometida. A menudo los escándalos que produce la jerarquía avergüenzan al pueblo católico mexicano. El caso más reciente es el del controvertido Arzobispo Primado de México Norberto Rivera Carrera y su participación en la anulación matrimonial de la señora Rivera de Peña Nieto. Cristo tuvo tentaciones de poder y su respuesta fue la oración. Esa doble moral de pueblo, ministros y obispos produjo a un personaje por demás representativo: Marcial Maciel Degollado. Se disgustaron algunos obispos por la película el Crimen del Padre Amaro. Pero el mismo Juan Pablo II se mostró como el obispo de la película: regañó públicamente y con aspavientos a Ernesto Cardenal, hombre noble y generoso, y exaltó hasta el escándalo a Maciel Degollado. ¿Nuestra moral es de parecer y no de ser? En este viaje de Francisco hay un gesto : visitará la tumba de Samuel Ruiz, un pastor congruente. Los jóvenes,   que crecieron con las ideas de la democracia y los derechos humanos, no se sienten atraídos por el lenguaje de la Iglesia: rogar, suplicar, obedecer a un Dios autoritario; el rito no les atrae ni el mismo Evangelio, ni la ausencia de la mujeres y les ofenden los escándalos que sofocan la vida de la Iglesia. Carlos María Martini dijo que la Iglesia tiene un atraso de trescientos años, esta es otra complicación gravísima que no parece poder ser remontada. Con mucho problema Francisco no ocupó El Palacio Pontifico y se fue a vivir a un cuarto y hacer cola para comer. También tuvo problemas para no quitarse los pantalones pues la tradición obliga al uso de unas medias blancas. Otro tanto se puede decir de los zapatos. Estos pequeños signos aparecerán en su visita a México que tiene que dejar un mensaje muy definido para todos.