muelle8

 

Hace unos domingos fui a comer a Muelle 8, uno de los mejores restaurantes de Mérida. Varios platos de la carta me tientan. Pedí como entrada el paté de jaiba que en esta ocasión no tuvo el poder hechicero de otras días. El mesero me insistió en la paella. Mis intereses se deslizaban por cierto filete relleno de mariscos, pero el mesero, con gran atención, se mantuvo firme. Finalmente acepté la sugerencia y opté por una paella. Pensé degustarla con un blanco Marqués del Riscal que a buena temperatura es exquisito. Realmente no estaba preparado para la experiencia. La paella es un plato que parece simple pero que demanda de mucho talento para lograrse con excelsitud. Una prueba de fuego, al menos para mi, la constituye el socarrat, es decir lo que quedada pegado a la olla que es la que se llama paella. En el fondo decantan todos los sabores que se logran con el adecuado manejo de los tiempos de cocción del arroz y las carnes. Sin embargo la delicia de la paella de Muelle 8 radica en que pareciera que cada grano de arroz fue cocinado especialmente. El arroz paellero de esta receta no se amalgama, lo que es una ventura, y se deja bañar por los sabores de las carnes y los condimentos exquisitos que dan cuerpo a la paella. El resultado obtenido es generoso, no es necesario el socarrat, es el arroz el que se cubre con la gloria de la delicia. La suculenta paella no parece estar en manos de los camarones, los calamares, las costillas de cerdo, el chorizo, el jamón y otros condimentos, sino que nace y concluye en el placentero manejo del arroz ya embrujado. Le agradecí al mesero su sugerencia y disfruté la paella con mi vino, que llegó después de una cerveza con su acompañamiento de tequila. Yo soy de la misma opinión que Juan García Ponce: la variedad engendra placer. Juan antes de cenar se dejaba querer por tres o cuatro Martinis, mientras comía degustaba media botella de vino cuando no una entera, y en la sobremesa cataba algún licor. Nada hay como eso. Siguiendo los pasos de esta teoría completé la tarde con un licor de almendra. Muelle 8 tuvo otra agradable sorpresa: se ha ido convirtiendo en un restaurante para encontrarse con amigos. Saludé a don Rafael Vázquez Ávila, el sabio de la panadería en Yucatán, un hombre que es leyenda viva. También tuve otro placer: saludar a Mimí Xacur de Abraham, una dama entrañable y finísima. Vi, pero no pude saludarlo, a don Nerio Torres Ortiz en compañía de su esposa, doña Emma. Fue una tarde de placeres tan ricos y variados que se hizo memorable.