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Los hombres ignoramos la época en que vivimos. Los protagonistas del Renacimiento ignoraban la era luminosa que estaban construyendo. Los emprendedores de la Ilustración no midieron el alcance de lo sus empeños.  Sin embargo, no menos confuso es identificar las carencias de un tiempo. Aun así es poco debatible que el progreso científico y tecnológico induce al hombre contemporáneo al primitivismo. Satisfacer copiosamente las necesidades más apremiantes es el resumen de la vida. La degradación del erotismo, los laberintos de las adicciones, el envilecimiento del trabajo  y la cotidianidad exhiben con crudeza una reedición de los tiempos más remotos de la humanidad.  José Díaz Bolio fue un hombre libre que tuvo el  privilegio de entregarse con pasión  a hacer este mundo mejor. El mérito es digno de resaltarse. La juventud confundida en esta era que Octavio Paz llamó de fango admira al que aplasta, al que se impone, al que es impune, al que se funde en el placer aunque no obtenga de él nada. Para estos jóvenes extraviados en una riesgosa nada la figura de José Díaz Bolio es una interpelación, un cuestionamiento. Y no es poco.  Conociendo la vida de don Pepe  quizás podamos encontrar respuestas a las grandes interrogantes que envuelven a una personalidad como la suya. En el pasaje del estudiante mexicano agraviado por sus compañeros extranjeros que llega a pisar la bandera norteamericana en un gesto épico podremos encontrar  la respuesta a una pregunta imprescindible  ¿Porqué un niño que vivió su infancia en una familia acaudalada se aferra a su poca rentable vocación? Cierto, la conciencia de sí mismo frente a los otros y sus eventuales agresiones induce a la reafirmación. La experiencia es fundamental: más allá de las fronteras que limitan la vida de un hombre hay un territorio legitimo y dichoso.

A las seis de la tarde un hombre solía acercarse a la tapia de un internado con matices medievales y con un silbato enviaba el aviso. Dos lindas adolescentes se acercaban a la barda para recibir, con la felicidad del vuelo, unas golosinas que el amoroso remitente acompaña con los acordes de su tierna voz de tenor. Los personajes del pasaje- Díaz Bolio y sus hijas Margarita y Pilar- logran una imagen cautivadora. Posiblemente en esta anécdota podemos hallar un indicio para comprender porqué José Díaz Bolio, colaborador del periódico El Universal, amigo de Isidro Fabela, fundador del poderoso grupo político del Estado de México, de Antonio Caso, de los Méndez Plancarte y de otros personajes influyentes de entonces, decide abandonar la gran capital, y sus promesas de una gran carrera intelectual, para volver a su amado Yucatán. La complejidad de la gran urbe no hubiera hecho posible que el viudo prematuro cumpliera con este ritual de calidez.

El caso tiene antecedentes que lo explican. La desventura económica que azoló al padre de don José lo templó, contribuyó a hacerlo un hombre capaz de protestar. Imposible ignorarlo: Díaz  Bolio fue un testigo de grandes acontecimientos del siglo XX en Yucatán . La coalición de estos dos elementos dio lugar a que ejerciera una de las funciones esenciales del intelectual: la crítica. José Díaz  Bolio fue un hombre valiente que desmitificó a algunos héroes que la Revolución canonizaba. Lo hizo cuando eran muy pocos los que hablaban, entre ellos su entrañable amigo don Carlos R. Menéndez González, quien bien es nombrado en la lista de amigos.  Debo hacer una pública confesión: tiempo antes de morir don Pepe me honró proponiéndome  que hiciéramos un trabajo juntos. Hecha la cita, falte imperdonablemente. Días después, una mañana, recibí una llamada : “No me queda mucho tiempo”, me advirtió la voz sincera de mi amigo. No se consumó la cita. Vuelve una y otra vez a mi memoria ese incumplimiento que no acabo de expiar. A cambio me consuela decir cuánto admiro y sigo queriendo a ese hombre notable que fue José Díaz Bolio.