Cuando llegaron los españoles Chichén Itzá tenía casi tres siglos de estar abandonada. Hasta el siglo XX las pirámides de Chichén eran cerros con árboles. Cuando en 1906 vino don Justo Sierra Méndez a Yucatán lo llevaron a visitar Chichén y al ver subir a la vacas de la hacienda a los cerros dijo : “Estas son las mejores vacas del mundo”, esta anécdota la consigna con cierto estupor Teoberto Maler. Lo cierto es que en los años veinte del siglo pasado una institución norteamericana se dio a la tarea de reconstruir la antigua ciudad de los Itzaes, los “brujos del agua”. Lo que vemos ahora es producto de esa reconstrucción. En los albores de los años setenta, casi cincuenta años después de la reconstrucción, el señor Salazar, custodio de Chichén, advirtió el efecto del equinoccio sobre “El Castillo”, presurosamente le dio parte al arqueólogo Arochi que estaba trabajando en la zona. La pregunta es: ¿Quién produjo el efecto, los mayas de la antigüedad o los reconstructores norteamericanos? Verdad es que Médiz Bolio, en su libro, La Tierra del Faisán y del Venado, obra poética sobre los mayas, nos habla de la bajada del Señor varias veces al año . Y lo más representativo está en La Casa del Pueblo y su arquitectura Neo Maya: hay dos serpientes en forma de columnas que bajan y rematan en unas grande cabezas de víbora. La Casa del Pueblo se construyó a finales de los veinte. Por otro lado es impensable que los que trabajaron en Chichén hayan guardado el secreto , por cincuenta años, del efecto que hicieron. También no es fácil aceptar que los reconstructores no hayan descubierto lo que habían conseguido: el fenómeno de luz. Aunque  se puede pensar que la reconstrucción fue tan exacta que décadas después reveló lo que los mayas habían hecho. Posiblemnete este es uno misterio más de Chichén, pero nadie se le puede reprochar si afirma que ese efecto está hecho por los constructores y los reconstructores de la ciudad sagrada de Chichén Itzá.