Fray Diego Landa nos narra la indumentaria que usaban los mayas en los tiempos en que llegaron lo españoles: los hombres usaban una especie de pantalón corto que ellos mismos improvisaban a partir de un lienzo de tela de algodón , las mujeres gastaban una suerte de falda y solo las que vivían en las cercanías de los puertos se cubrían la parte superior del cuerpo. A despecho de esta frugalidad los mayas de la antigüedad eran dados a pintarse el cuerpo, limarse los dientes y producirse estrabismo. Un ordenamiento colonial, un tanto paranoico como otros muchos, dispuso que los hombres y las mujeres de estas tierras no usaran grabados de colores en el vestido, pues los españoles presumían que por ese medio los naturales se comunicaban los principios de su antigua religión. Esto determinó los primeros bordados que aparecieron en los vestidos de las mujeres: eran sumamente discretos. Posteriormente se volvieron ricos en colores y figuras. Nosotros, como otros pueblos de Hispanoamérica, llamamos a los indígenas mestizos. A partir de la Guerra de  Castas indio era el rebelde, el alzado, el sanguinario; los indígenas que estaban del lado de los blancos tenían que ser vistos y llamados de otra manera; apenas si se tiene que decir que esto va en adición a que desde las primeras horas de la Colonia el término indio conllevaba una condición inferior y por lo tanto había que escapar de él. Sin embargo nuestro traje regional es un traje mestizo que como  otras muchas cosas fue adoptado por las indígenas, que lo han usado a través de los siglos con una dualidad cautivadora: para la cotidianidad y para las solemnidades. Las criollas y mestizas también lo han usado a lo largo de los siglos, pero solo para cierto tipo de festividades. A través del tiempo el terno regional ha sufrido algunos cambios: en el siglo XIX conservaba el hipil y el fustán largos, la cintura y el corte ancho sostenido por crinolinas, muy propios de la época. Para la cotidianeidad las mujeres, por lo que exigían  sus faenas, omitían las crinolinas y adoptaban unas medidas propias para los movimientos de los trajines habituales. El Romanticismo del siglo XIX y la “Bella Época” fueron afectados por la Gran Guerra de 1914 y se disolvieron en los años veintes, o al menos dejaron de ser modernos. Los años veintes fueron años de liviandad, por eso eran llamados “années folles”. Las mujeres se alejaron del corsé y las crinolinas, abandonaron el moño que adornaba la parte trasera de la  cintura y era llamado “sígueme pollo”; fueron los fabulosos años del Charleston, ese baile surgido de los barrios negros de Carolina del Sur que estaba haciendo las delicias del mundo entero ; Josephine  Baker desequilibraba a París con sus bailes sensuales y desinhibios; ya antes otra aportación americana se había enseñoreado de las calles de la Ciudad Luz: los “flapper dress”, los vestidos rectos y tableados que posteriormente cubrieron de encanto Channel y Balenciaga . Las cosas fueron a más: las pantorrillas, que habían sido territorio de pudor, quedaban exhibidas con los nuevos vestidos y quizás por primera vez en la historia moderna de la humanidad las mujeres se cortaban el pelo por su propia voluntad, apareciendo así por las calles de todo México las legendarias “pelonas” abandonando así la alegoría clásica de la feminidad. Nuestro país vivía los momentos intensos de la Revolución hecha gobierno, acrecentados por el gran renacimiento educativo encabezado por don José Vasconcelos. Con más que en el siglo XVIII lo nuestro se puso de moda. Diego Rivera, el Dr. Atl , José Clemente Orozco , los poetas , los novelistas y los arquitectos reflejaban ese encuentro con nuestras raíces. Fueron los años de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán , que también adoptaba una nueva visión sobre los mayas. El terno femenino que hoy exponemos coma traje regional cambió en los años veinte y adoptó ciertos principios de los “flapper dress” y de Channel, y ahí se ha quedado hasta nuestros días. Volvió la moda de la cintura y las crinolinas, pero el terno de mestiza siguió suspendido en los años veintes. Otro vestido al que afectaron estos años insurrectos fue el de novia. El Romanticismo, la era emblemática del siglo XIX, heredera del platonismo y de los embelesos de los poetas provenzales, influyó en la confección de los vestidos de las novias de occidente. Los fabulosos veintes ignoraron esta influencia e hicieron corto el vestido de las novias, y en no pocas ocasiones con  el concepto recto que era el símbolo de la modernidad. Sin embargo , tiempo después, los vestidos de novia volvieron a emparentarse con el Romanticismo y se alejaron de la era de los años veintes. Ya hemos dicho que no ocurrió así con nuestro terno , quizás porque estamos convencidos que moverlo sería profanar nuestra tradición. Las mujeres del pueblo que siguen usando el traje regional en forma cotidiana le subieron el largo y no lo han vuelto a bajar aunque el ancho no se ha ajustado tanto a la idea del traje recto , esto marca una diferencia con el terno folclórico que es usado para festividades del mismo propósito. Finalmente habrá que reconocer que hasta ahora nuestro terno le rinde un homenaje a la cultura mestiza y también, en cierta forma, a los años veintes.