Pinar del río.— En un rincón de su ca­sa, en la ciudad de Pinar del Río, Andrés Díaz tiene una máquina para detectar metales. Ha­ce dos años que logró hacerse de ella con un so­lo objetivo: encontrar el tesoro de la Catedral de Mérida.

Fascinado por la leyenda de la gigantesca for­tuna, ha revisado libros y supuestos derroteros, y escuchado durante días enteros los relatos que al cabo de varios siglos, los habitantes de Guanahacabibes continúan repitiendo con la misma pasión.

Relatos que han transitado de una generación a otra, desde los días lejanos en que los pi­ratas y corsarios más famosos de la historia se refugiaran allí para organizar sus fechorías.

De aquel oscuro pasado, hoy queda un pu­ñado de nombres que identifican muchos de los puntos de la geografía de la península, pero no es el único legado.

“También hay oro —asegura Andrés— que no le quepa duda”. Convencido de ello, más de una vez ha traspasado el umbral de Guanaha­cabibes tras la pista del tesoro.

Un crucifijo de oro de tamaño natural, se­gún los documentos que han podido rescatarse, es la pieza que distingue la enorme fortuna de cualquier otro posible enterramiento. Junto a él, deben existir además cinco barriles de alhajas, 20 botijas repletas de monedas, más de 200 lingotes de oro, entre muchos otros objetos valiosos.

Los restos de numerosos naufragios recuerdan la época en que la península les sirvió de refugio a corsarios y piratas. Foto: Ronald Suárez Rivas

LA LEYENDA
Cuentan que en agosto de 1642, ante la inminencia de un ataque pirata, las autoridades de la ciudad mexicana de Mérida decidieron enviar las cuantiosas riquezas acumuladas en su catedral hacia La Habana, con la intención de protegerlas.

La expedición, sin embargo, nunca logró llegar a su destino. Apenas entraron en alta mar comenzaron a ser perseguidos, y tras convencerse de que era imposible alcanzar la ca­pital cubana con el tesoro, optaron por enfilar ha­cia la península de Guanahacabibes para ocultarlo.

Así lo hicieron, sellando su suerte para siem­pre a la colosal fortuna. En un combate desigual, a manera de venganza, la tripulación fue exterminada por los piratas. Solo uno de los frailes que custodiaban la carga, consiguió abrir­se paso a través de la península.

Con el cuerpo desecho por el diente de perro y las espinas, el hombre logró dar testimonio de lo sucedido en la iglesia del poblado de Guane.

Allí quedaría recogido su testamento y también los nombres de las embarcaciones, el inventario de la carga y el derrotero hacia el si­tio exacto donde fuera ocultada.

Poco después, consumido por la fiebre y la fa­tiga, el último testigo del enterramiento, también moriría.

Entre todas las versiones que han ido surgiendo a lo largo de los siglos, esta es la más di­fundida.

Según la leyenda, las páginas con el mapa y las descripciones realizadas por el fraile mo­ribundo, desaparecieron misteriosamente de la iglesia de Guane. Desde entonces se asegura que han cambiado de dueño varias ve­ces, dan­do pie a incontables expediciones in­fruc­tuosas.

El historiador Pedro Manuel De Celis ha participado en cuatro de ellas, siempre entre la zona de Cabo Corrientes y María la Gorda.

“Hemos llegado a estar más de una semana, con todo tipo de medios: equipamiento para detectar metales, GPS y no ha aparecido”.

Aun así, De Celis considera que “nadie pue­de afirmar rotundamente que no exista el tesoro. Primero habría que preguntarse si lo hemos estado buscando en el lugar correcto”.

Con fines historiográficos, Giniebra ha logrado reunir las copias de varios documentos supuestamente relacionados con el tesoro de Mérida. Foto: Ronald Suárez Rivas

LA HISTORIA
Enrique Giniebra, vicepresidente de la filial de la Unión de Historiadores de Cuba en Pinar del Río, explica que durante siglos, de una forma u otra, todos los grandes corsarios y piratas que operaron en el mar Caribe hicieron contacto con las costas de Vueltabajo.

“Debido a la inseguridad de los mares y la poca maniobrabilidad de las embarcaciones, esto generó que parte del despojo de los asaltos, fuera enterrado aquí.

“Contrario a lo que se ve en las películas, no eran hombres que anduvieran en un solo bar­co. Muchos de ellos tenían pequeñas flotas.

“Por otra parte, junto a los afamados corsarios y piratas de otras nacionalidades, también proliferaron los que venían de tierra adentro y se asentaron en la región”, añade Giniebra.

“Ellos también realizaban asaltos, con pequeños navíos, muy rápidos y maniobrables, con los que eran implacables.
“Además, provocaron muchos accidentes, usando mulos que ponían a caminar de noche por la costa con un farol en el cuello. De esa manera, le hacían creer a los barcos que tenían otro delante y que por tanto, ese era el rumbo correcto, y de pronto chocaban con el arrecife”.

En su libro Piratas en el archipiélago cubano, el destacado investigador Antonio Núñez Jiménez relata que por su aislamiento y por estar en medio de una ruta obligada para la navegación entre el continente americano y Europa, la península fue guarida de piratas hasta avanzado el siglo XIX.

“Lo anecdótico, las leyendas que han sido contadas de generación en generación, tienen un fundamento real, que es este. Ciertamente todas las costas de Pinar del Río fueron muy asoladas, y sobre todo las de Guana­haca­bi­bes”, explica Giniebra.

Durante la misma época en que esta remota porción de Vueltabajo se convertía en uno de los principales refugios de corsarios y piratas, del otro lado del mar, en Yucatán, llegó a ser cada vez más frecuente el saqueo de iglesias y poblados.

El portal web del ayuntamiento de Mérida, en su sección de historia, reconoce que estas incursiones se iniciaron en 1561 y se mantuvieron durante mucho tiempo.

Dice además que en el siglo XVII piratas ingleses trataron de tomar la ciudad y que toda la península se hallaba bajo el asedio constante de estos violentos ladrones de mar.

LA REALIDAD
Tras una primera etapa en la que los principales esfuerzos apuntaron a cuestiones básicas como la carretera de acceso y las comunicaciones, la construcción de un helipuerto y una marina, Guanahacabibes se encamina hoy hacia una nueva etapa de su historia.

Alrededor de estos 1 060 kilómetros cuadrados de tierra virgen, se manejan en la actualidad varios proyectos que aspiran a convertir la región en un importante destino para el tu­rismo.

Con la convicción de que en su fauna, sus playas y sus bosques está la principal riqueza de la península, la idea ha venido forjándose durante más de 20 años.

Sin embargo, la idea de “tropezar” con un golpe de fortuna, nunca estuvo ausente.

El propio Comandante del Ejército Rebelde, Julio Camacho Aguilera, director de la Oficina para el Desarrollo Integral de Guanahacabibes (ODIG), ha admitido más de una vez que a su llegada a la península en 1991, se encontraba acompañado por “un grupo de entusiastas bus­cadores de famosos tesoros escondidos entre las leyendas y la historia” (1).

Famosos tesoros que, ha señalado Cama­cho, “tendrían una gran importancia económica para el país si se pudieran rescatar”.

Al cabo de casi un cuarto de siglo, Pedro Ma­nuel De Celis afirma que ciertamente, ha ha­bido algunos pequeños hallazgos. Pero el te­soro de Mérida, el más famoso de cuantos legara la historia de la piratería en las costas de Vueltabajo, a pesar de haber sido buscado con insistencia, continúa sin aparecer.

“A medida que ha pasado el tiempo, se han ido conformando diferentes lecturas de las pistas existentes. Hay gente que dice que está por la furnia, otros que más hacia el oeste. La gran mayoría lo ubica en el sur de la península, pero yo he visto documentos que indican que es por el norte, por la ensenada de Cajón”, comenta Enrique Giniebra.

Con un propósito puramente historiográfico, Giniebra ha logrado reunir copias del su­puesto testamento del fraile, del diario de navegación de las embarcaciones que transportaban el tesoro y de varios mapas del sitio de su presunto enterramiento.

“Cuando uno los analiza, se da cuenta de que tienen notables contradicciones. Tal vez, porque hayan sido redactados en momentos distintos, o porque alguien, de los tantos que lo han estado buscando, haya falseado los planos para despistar”.

Para acentuar aún más el enigma, el vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cu­ba en Pinar del Río, explica que hay personas que han investigado el tema, incluso estuvieron en Yucatán, y han contado que en la Ca­tedral de Mérida no existe ningún documento que confirme el traslado de bienes eclesiásticos tan grandes.

No obstante, advierte que esto no quiere decir que no haya podido ocurrir, teniendo en cuenta la época.

Aun cuando muchas de las evidencias resulten dudosas, Giniebra considera que tuvo que haber algo concreto que diera pie a la leyenda. “Algún acontecimiento debió dar origen a esto, y es lo que no se ha podido dilucidar”.

Así también lo cree Andrés Díaz, uno de los que continúan buscando una fortuna que hasta hoy ha sido esquiva, pero que pudiera estar allí, en algún punto remoto de Guana­ha­cabibes.

“Detrás de las versiones que han llegado hasta nuestros días sobre el traslado de todas esas riquezas hacia La Habana, el choque con los piratas y los derroteros, hay un trasfondo real”, dice Andrés.

Es lo que muchos piensan todavía, y lo que en pleno siglo XXI sigue sustentando las expediciones a la península.
De modo que hoy se asegura que la leyenda del Tesoro de Mérida, aún está inconclusa, porque los hombres y mujeres de esta tierra la han continuado enriqueciendo durante más de 300 años. Y sobre todo porque han sabido mantenerla viva, como si se tratara de la más pura verdad.