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Conocí a Jorge Carlos Ramírez Marín a mediados de los ochentas. Yo era Contralor General de una empresa y él llegó, muy jovencito, como auxiliar del departamento de personal. Estaba estudiando leyes en la Universidad Autónoma de Yucatán.

La situación de su familia le exigía trabajar y esto le generaba algunos problemas con las obligaciones de las materias universitarias. Nos tocó emprender algunos proyectos juntos lo que nos daba la oportunidad de realizar largos viajes a Las Coloradas, una de las salinas más grandes de México. Jorge Carlos no sabía manejar automóvil pero aprendió con su audacia imperturbable. No diré que yo le enseñé, porque sería faltar a verdad, entre otras cosas, porque yo manejo muy mal, pero lo ayudé en los trances de la carretera.

Pronto se le advertía una simpatía personal notable. Si bien me di cuenta que no leía, y creo que sigue así de ajeno a los libros, admiré su capacidad para presentarse como un niño prodigio a partir de la buena administración de lo que leía y de un ingenio inagotable; al igual me entusiasmaban sus dotes oratorias y su energía inagotable. Pero por encima de todo estaba dotado de cierta magia para cautivar a los seres humanos. Esa misma que le sirvió para conquistar a su actual esposa María Elena Granados. En algunas ocasiones le dictaba párrafos de cierta carta que le entregaría a la enamorada o hablábamos largo y tendido sobre el amor.

Excedido de peso, mucho más de lo que lo veo hoy en las imágenes, miope, poco agraciado y , en aquellos años, vestido con modestia, podía parecer poco atractivo pero era algo más que un fenómeno de simpatía. Era un hechicero para las relaciones humanas. No seducía por sus halagos: a mi me llamó por años “maestro” o me decía antes de entrar a una junta: “espero que me dediques hoy una junta como la del otro día”. Realmente para el logro de los embrujos contaba con dos dones: su risa cristalina y el hecho de que nunca respondía a una agresión.

Fui uno de los primeros entusiasmados con su carrera política. Contendía, sin mucha esperanza, para diputado en un distrito dominado por el PAN, sin embargo yo le brindé un automóvil modesto. Terminada la campaña con un estruendoso fracaso le obsequié el auto. El le diría a su entrañable amigo José Barroso Ramírez: “En el auto que me regaló Gonzalo me sentía en un Mercedes Benz”. También alenté la idea de crear un partido local para apoyar su candidatura: hasta reuniones hicimos en las que participaron Javier Acevedo Menéndez y Emanuel Conde Ontiveros. ¡Bienaventurado el olvido que me libra de gratitudes rencorosas!

Hace años comí en casa de Silvia Loret y José Patrón Juanes con doña Berta Vadillo, la viuda de don Carlos Loret de Mola. Fue una comida memorable en más de un sentido. Doña Berta contó esta anécdota: don Manuel Barbachano Ponce tuvo como colaborador a don Carlos Loret de Mola, ya que éste ingresó a la política solían comer como siempre. En las comidas don Manuel le decía al diputado Loret: “Carlos, no olvides el mayan touch”. Doña Berta me contó que ese toque maya aludía a no responder ataque alguno, ni provocarlo. Don Manuel, convencido del mito de los mayas pacíficos contempladores del universo, creía que esta era la mejor manera de obtener logros en política. Don Carlos no siempre le hacía caso y don Manuel lo reconvenía con la misma frase.

Este es otro rasgo de Jorge Carlos Ramírez, cultiva con naturalidad el “mayan touch”, como lo hace con un talento excepcional el gran maestro del estilo: Emilio Gamboa Patrón, el gran sabio de la política mexicana. Jorge Carlos ha hecho historia con el “Mayan Touch”: al dejar la presidencia de la Cámara de Diputados recibió un homenaje de todos los partidos ahí representados, evento insólito en nuestra mezquina historia política.

En la estampida de su juventud y de su audacia, otro de los signos de su personalidad, se acercó a personajes y situaciones que en nada le han favorecido y de los cuales no estoy seguro que se haya alejado del todo. Ha caminado con paso firme por la política. Ya debe saber que ésta es la madrastra de la película: al final trata mal a todos, pero mientras conserve las dotes que ha cultivado se le verá en la escena pública y quizás, de tarde en tarde, se le oirá algún discurso digno de memoria. Jorge Carlos podría devolverle la dignidad al discurso público, tiene el talento para hacerlo. Pero otras cosas pueden desvelarlo por ahora. Lo cierto es que no parece perder su “mayan touch”.