El día empieza después del café. Es una suerte de condicionamiento de Pavlov. El olor del café prende el día. Aquella mañana llegué hasta la 8: 30 a Merci, el pequeño restaurante en una plaza comercial en las inmediaciones de San Ángelo.  Llegaba urgido por un café. Así pues me supo deliciosa la taza humeante de Merci. La cocina francesa fue sinónimo de alta cocina en el mundo. Ya no lo es tanto. Pero sigue siendo cautivadora para todos nosotros. La conversación de esa mañana fue la que ocupa a todos los mexicanos: la política. Borges decía que un escritor que se ocupa de la política y sus luchas es mejor que no escribiera. Algo así se puede decir de las conversaciones de los mexicanos, no merece la pena tanto tiempo dedicado a nuestra política tan mediocre y miserable. Pedimos unos bisquets  que resultaron deliciosos, estupendos acompañantes del café. Hablé de Flaubert y su teoría de la Mot Just, es decir de “la palabra justa “, para encontrarla hacía todo un ejercicio en un mercado. Me extendí: Flabaurt se burló del romanticismo del siglo XIX en Madame Bovary y prosiguió con la misma idea: las mujeres transgresoras mueren. Emma Bovary al igual que Ana Karenina murieron tras vivir sus amores adulterinos.  Para entonces ya me había decidido por unos huevos benedictinos con salmón. Los huevos benedictinos son clásicos. Se dice que un hombre llamado Lemuel Benedictine pidió unos muffins con huevo, salsa holandesa y jamón canadiense para “curarse la resaca”. Desde ese día a esa receta se le empezó llamar huevos benedictinos. Los de Merci me resultaron gozosos. Se logra un romance deleitable entre la salsa holandesa, la yema del huevo y el salmón. Cuando el menú es placentero  el nivel de la conversación sube, el estado de ánimo se poetiza. Así estuvimos el resto del desayuno en Merci. Los norteamericanos no comen tan mal como nos hacen creer la hamburguesas y las pizzas,  quizás por eso me atrevo a citar a MacArthur: I will be back.