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Momentos de la «golpiza del 4 de Julio»

Por Sebastián Cárdenas

El 4 de julio es una fecha triste en la historia de Merida. La Ciudad Blanca se pintó de rojo. Constituye una de las fechas mas ominosas en la larga historia de la ciudad de Merida. Se trató de un acto de brutal represión que contradice los derechos humanos más elementales y le niega cualquier dimensión humana a la convivencia de la ciudad. Unos seres feroces con aspecto humano atacaron a gente que, en el ejercicio de un legítimo derecho, protestaban contra un acto de gobierno. Quienes ordenaron el brutal ataque no consideraron que ya vivimos una era sin privacidad: todo puede ser grabado y expuesto al mundo. A penas se escribe esto se requiere una enmienda: quienes en la sombra urden los crímenes todavía pueden gozar del misterio. Sin embargo la novela policiaca es muy antigua y otros han pensado ya por nosotros. Públicamente se le ha cargado la autoría intelectual de este hecho execrable a Angélica Araujo Lara, pero en principio habría que reconocer que ella es otra víctima del 4 de julio: se redujo el horizonte de su carrera política y un índice de fuego la persigue y la perseguirá. Pero por encima de todo habría que reconocer que doña Angélica no tiene la estructura mental para mandar a estropear sin límite a ningún ser humano. La señora Araujo no tiene ni por asomo la inteligencia oscura y retorcida que un atentado de esta magnitud requieren. Más aun: hay indicios muy serios que mientras la paliza brutal, contra gente desarmada se consumaba, doña Angélica no sabía absolutamente nada. Sin lugar a dudas muchos habrán sido los errores de su administración, todos vinculados a su inexperiencia y docilidad ante el ánimo dictatorial de sus superiores, pero de esto a urdir un 4 de julio hay un abismo. Posiblemente el cúmulo de desaciertos haya lastimado la estructura administrativa de una de la ciudades más bien organizadas de México, pero eso no la convierte en una represora. La historia reciente la condena sin piedad pero una reflexión madura y el paso del tiempo descubrirán posiblemente los hilos y móviles de uno de los pasajes más oprobiosos de la historia de la ciudad. Quizás para encontrar a los autores del agravio contra la sociedad sea necesario mirar por otro lado. Tal como hizo el príncipe de los policías literarios: Charles Augusto Dupin.

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Angélica Araujo Lara