A principio de la década de los ochenta viajaba dos veces al mes a Cozumel, un paraíso en México. Por aquel tiempo atendía a varias empresas de esa isla mágica sin realismo. Así conocí y traté a los hermanos Joaquín Ibarra. Mi trato más frecuente era con don Nassin a quien le revisaba la contabilidad de su tienda. Tenía un Mustang blanco , el auto deportivo de la época . Nada importaba  vehículos, se consumía lo que el país producía. Pero lo que más me impresionaba era la capacidad de trabajo de ese hombre que ya estaba  cercano a la edad del retiro. Joven como era en aquellos años gloriosos me cuestionaba la actitud de don Nassin, vivía en una isla de fantasía, era muy, pero muy rico y se consumía en la caja de su tienda. Esa tortura era comprensible en mi caso: estudiante que tenía que trabajar y no podía gozar de todo lo que Cozumel ofrece. Recuerdo la brisa del malecón, el sol que se estrellaba en el mar para crear miles de estrellas, las noches iluminadas por el erotismo del baile y los cuerpos tostados. Una noche bailaba con una gringuita de pelo platinado y piel sonrosada como el mejor fruto del Paraíso Terrenal; el escándalo me indujo a proponer que saliéramos de ese sitio, la amiga de mi ángel dijo en un inglés que pude entender: «ella nunca ha estado con un hombre», mi respuesta fue contundente: «esto ahora lo arreglamos».   ¿Cómo era posible que don Nassin estuviera aquí soportando la tortura de ver lo que pasaba afuera? No niego que alguna distracción tuviera , incluidas  noches de ronda, afirmo que el trabajo era para él la razón de su vida, después de su familia. Se sentía muy orgulloso de su hijo Pedro , a quien en la isla llamaban Cholo, si mal no recuerdo. Junto con uno de sus hermanos tenía una tienda Pama, que era una contracción de Pedro Antonio y Miguel Antonio. El colmo era que don Nassin me citaba a las dos de la tarde para que revisáramos su cartera: gente que le debía a treinta, sesenta y noventa días. No eran clientes sino gente de la isla que tenía negocios con él. El viejo era sabio, cruelmente crudo ante la vida. Es un tipazo. Otro personaje al que frecuenté mucho fue a Roberto Borge Martín, por aquellos años un hombre joven y lleno de energía.    Inauguró un tienda: Chachi, que así le decían a su esposa. Trabaja 24 horas seguidas y yo con él. Le tuve mucho cariño a este proyecto: hice la organización contable y llevaba la contabilidad. Beto no paraba: atendía la caja, estaba en la bodega, vendía a los clientes, salía en busca de algo que hiciera falta y negociaba con los proveedores. Conversábamos poco. Recuerdo una pequeña historia: Beto abría la tienda a las seis de la mañana, aunque nadie comprara. Sin embargo un día me dijo: “Mira, en Cozumel puede pasar todo. Ayer a las seis de la mañana vendí dos figuras de jadró que me compraron unos turistas. Yo sé que así es, por eso abro a las seis y cierro a las diez de la noche”. Con quien conversaba mucho era con su suegro que colaboraba en el proyecto. Por las noches me contaba la historia de la isla , de sus habitantes, de López Mateos que tenía ahí una casa, etc. Hablaba como se habla en los pueblos: desde una igualdad, nadie era más que otro. Beto tenía cine y yo solía traer los rollos de película para los señores Gené que tenían la distribuidora, que también era cliente nuestro.  No los he vuelto a ver aunque he sabido de ellos por los periódicos o por sus hijos. Los hijos de ambos han sido gobernadores de Quinta Roo. Beto también tuvo un hermano gobernador. Don Nassin era muy rico cuando lo conocí. Beto seguro ha remontado las colinas del capital. Sus personalidades eran más ricas que sus cuentas de banco, de eso no me cabe la menor duda: conocí ambas.