Los mexicanos penamos el flagelo del narcotráfico, la inseguridad, los embates de la naturaleza: ciclones, lluvias, desbordamiento de ríos, inundaciones, deslaves, terremotos, las embestidas de nuestra naciente democracia-incluidos los discursos de los políticos- y entre otras calamidades a la CFE. Cierto, desde los aciagos días del presidente Luis Echeverría Álvarez hasta el no menos terrorífico final de don Carlos Salinas y los primeros días de don Ernesto Zedillo Ponce de León, las crisis para la mayoría de los mexicanos eran sexenales. Ahora lo son dramáticamente bimestrales: se producen con el arribo del recibo de cobro de la CFE, un instrumento de tortura inmisericorde para la mayoría de los hogares mexicanos. Echeverría y López Portillos disimularon, hasta donde les fue posible, la agresión que las crisis les significaban a las familias mexicanas. Desde los días de don Miguel de la Madrid esos disimulos fueron vistos como contrarios a la “modernidad” y se aumentaban las tarifas de los servicios públicos a los ritmos de la inflación y los mercados internacionales. A pesar de esto ningún gobierno anterior había llegado al punto de invadir en forma tan osada los hogares mexicanos. Ignorantes del impuesto a la ventanas que se decretó en lo tiempos previos a la Revolución Francesa se implementó una campaña de eficiencia financiera en el suministro de energía eléctrica. Pretender ese objetivo en un monopolio en manos del estado es como soltar millones de leones hambrientos en las ciudades mexicanas. La trama es más compleja: cuando se estaba pugnando por una reconsideración en las tarifas aplicables a Yucatán recibí una información que he expuesto públicamente en varias ocasiones, con el ofrecimiento de que si es incorrecta haría yo la rectificación conducente. Se sostiene que la energía eléctrica se cobra con base en la disposición ofrecida al usuario. Es decir que el apagar focos y otros instrumentos de consumo de energía de poco sirve. Como se consideran los hogares se consideran los estados: la energía que se pone a disposición de Yucatán debe ser pagada por los yucatecos. Esta lógica prosigue por una ruta alarmante: si alguien, usando procedimientos indebidos, no paga lo que consume, el monto de su hurto tiene que se cubierto por todos. Y esta es mi historia: desde hace algunos bimestres venía yo pagando cantidades que no correspondían a los aparatos eléctricos de mi domicilio. A esta conclusión llegué por el multisecular y poco científico procedimiento de la indagación y la comparación entre familiares y amigos. Cambié el refrigerador por uno de esos que dicen que ahorran energía y en ese mismo sentido procedí con los focos. Inclusive he llegado al extremo de retirar focos donde no su presencia no es apremiante. Para mi estupefacción recibí un recibo con  un importe de casi tres tantos de lo que antes me parecía excesivo. Algo de lo más amargo que puede sufrir un mexicano contemporáneo es tratar con el personal de la CFE. La prepotencia y agresión son de tal descomedimiento que por sí solas explican las atrocidades en los cobros, no se necesitarían pruebas ulteriores. Me parece que el argumento fundamental del afectado personal del CFE es el mismo que el usado por los tiranos de todos los tiempos: lo que digo es la verdad porque lo digo yo. Para algunos empleados de la tristemente celebre institución la lógica aristotélica les parecerá el nombre de algún bar  del periférico.  Pero he aquí que la historia no termina: el bimestre siguiente me llegó un recibe por el doble de mi consumo anterior al  del trágico recibo, esto a pesar de que un mes me encontré de vacaciones en la playa. Creí que  no me quedaba más remedio que buscar un abogado y proceder jurídicamente contra quien trata de cobrarme algo que no debo. No me tengo motivo para abrigar esperanzas: las leyes en nuestro país parecen tener poco que ver con la justicia, sin embargo quizás pueda obtener  una  explicación razonable del origen de la deuda que me es exigida. “¡No tenemos pan , no tenemos pan!”, gritaban los amotinados a las puertas del palacio del rey en París, María Antonieta, la futura ciudadana Capetto, decía a los miembros de su corte: “¿Y si no tiene pan, porqué no comen pasteles?.” No dudo  que para los estrategas del sector energético de México la respuesta sea del mismo corte: más de ochenta millones de hogares mexicanos deberían vivir en las tinieblas y marginados del desarrollo occidental porque carecen del dinero necesario para gozar de la energía eléctrica.