Ya en la carretera, liberado de toda miseria oficinesca- como pensaría don Alfonso Reyes- recobré la calma: había yo salido de la ciudad con prisas. Evoqué el verso de Rafael Alberti “A cabalgar, a cabalgar hasta enterrarnos en la mar”. Machis, pero la realidad es profana: iba yo en una rústica camioneta sobre la inhóspita carretera. Fernando Barbachano Herrero me había invitado a cenar en el legendario hotel Mayaland: estaba de visita un sobrino nieto de Silvanus Morley. La invitación era para quedarse a dormir, sin embargo me era imposible  aceptar la ronda. La primera grata sorpresa fue admirar, al caer la tarde, el observatorio desde el lobby del hotel. La visión fu súbita y el espacio parecía abolido: la sensación de poder tocar el esplendido y multisecular edificio era real.  Inmediatamente tuve el placer de encontrarme con los entrañables amigos Gaby Lascuraín Arrigunaga y Pablo Barbachano Herrero, tío y primo, al mismo tiempo, de Fernando. También estaban Félix Rubio Villanueva y su encantadora esposa, Eduardo Pérez de Heredia, director por el INAH de la zona de Chichén y Jim y Joanna Macaulay, entre otras amablas personas.  Jim es nieto de una hermana de Silvanus Morley , quien tuvo una hija de su primer matrimonio quien a su vez tuvo dos hijas pero aparentemente no están ubicadas. Fernando nos narró que fue su abuelo materno, don Francisco Gómez Rul-quien fuera director de la escuela de Bellas Artes y que por cierto no se apellidaba así sino Sebrían y no se cuántas otras cosas más- el que entusiasmó a su hijo político, Fernando Barbachano Peón, y   a su propia hija, Carmen Gómez Rul, para comprar parte de la hacienda Chichén a Edward Thompson. A don Fernando Barbachano Peón se le reconoce como un pionero del turismo nacional, empero poco se habla de doña Carmen quien vivió en el hotel y, según su propio nieto, lo cuidaba de las asechanzas de los jaguares con una escopeta.  A instancias de Morley se había creado el departamento de arqueología en el Instituto Carnegie , y fue él mismo quien consiguió los fondos de esta organización para iniciar la reconstrucción de Chichén Itzá. Según Jim esto ocurrió en 1914, pero los trabajos no pudieron iniciarse por los sobresaltos de la revolución, comenzándose a principios de la década de los veintes. Ciertamente Morley había estado desde principios de siglo tanto en Yucatán como en Guatemala. No menos cierto es que Morley fue teniente de la marina norteamericana y que sirvió como espía para ubicar submarinos alemanes en el caribe.  Por los años veintes el matrimonio Barbachano Gómez Rul adquirió parte de la hacienda Chichén Itzá. Fernando nos refirió que fue el sabio Morley quien diseñó el lobby del histórico hotel, siendo que lo primero que se construyó fueron las casas de paja que hacían las veces de los cuartos del hotel. El menú especial de la noche ofrecía una crema de chaya con “baby carrots”, unas crepas con salsa de cuitlacoche, una ensalada César que estuvo gloriosa y como platos fuertes queso relleno, pescado hojaldrado y un filete cubierto con “an exotic ibiscus sauce”. Desde luego que la conversación se centró en Morley y sus extraordinarios trabajos de reconstrucción de toda la gran ciudad de Chichén. Eduardo Pérez de Heredia observó que Morley fundó todo una escuela para la reconstrucción de las ruinas en México, mucho antes de la fundación del INAH, “que ahora solo sirve para (aquí debe ir un verbo que tiene varias acepciones pero que no se recomienda utilizar y que en este caso equivale a perjudicar o embromar) la marrana”. Ante la sombrosa declaración me atrevía decir que aquello me sonaba como a un lema chusco de la institución, algo así como una versión satírica de “Por mi Raza hablará el espíritu”. La pregunta fue obligada: ¿Podría ser que los reconstructores hayan preparado el fenómeno de luz ? ¿Estaríamos ante el caso de una genial impostura? El tema cautivó a Pablo, más aun cuando Eduardo Pérez de Heredia dijo: “No existe evidencia de que los mayas contemplaran las sombras de los equinoccios. Una ciudad como Chichén no se hizo para producir sombras”.No faltó quien asegurara que la reconstrucción no pudo haber sido tan exacta como lograr el efecto de una serpiente descendiendo. Sin embargo, es poco objetable que hasta décadas después de la reconstrucción don Feliciano Salazar haya descubierto el juego esplendoroso de la luz y las sombras, el mismo que don Luis Arochi lo  difundió posteriormente. De ser cierta la teoría de que Morley y su brillante equipo, o sus inmediatos sucesores nacionales, hayan creado este efecto no había porque esperar décadas para propalarlo. Yo dije, dados los tiempos electorales, que la conciencia política de los yucatecos tiene sus antecedentes en Chichén que fue una ciudad gobernada por un consejo y no por un tatich. Eduardo inspirado por Descartes puso en duda la existencia del presunto consejo(Ba, de repente va resultar que tenemos chixnak por un tatich). La conversación exploratoria nos condujo al asunto de la candidatura de Chichén de las nuevas “siete maravillas del mundo”. Se dijo, con acierto, que Mr. Weber, el patrocinador de este proyecto, obraba en términos cambiarios. Así es, finalmente se trataba de una empresa. Sin embargo ni las sombras sobre las sobras, ni los “botes” sobre los votos, podrán quitarle a Chichén Itzá el seguir siendo una de las maravillas del mundo, título que le otorga todo aquel que la contempla y que a un tiempo debe saber cuánto le debe a Silvanus Morley y al matrimonio Barbachano Gómez Rul .