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Desde hace años algunos políticos y funcionarios públicos, particularmente de filiación priista, suelen usar como voceros oficiosos a personajes que se alquilan. La estrategia ha dado resultados perniciosos. Desacreditados por falsarios, y a menudo torpes, no pueden hacer más que daño a quien los contrata. Sin escrúpulos para atacar, y ayunos de todo talento, en cada frase lastiman a quien les paga con la misma arma que asesinan la razón y la verdad. Esta práctica no existe a nivel nacional, es una actitud muy yucateca o muy provinciana. Lo que llama la atención es que las pruebas a la vista están: el debacle del PRI en Mérida está íntimamente ligado a esta práctica. Por el contrario, cuando el PRI ha recobrado terreno en la ciudad se ha apartado de la baba infecta de los pregoneros a sueldo. Cierto es que a menudo, por extraño que pueda resultar, estos personajes se ofrecen con la esperanza de un mendrugo que alivie su postración. Pero el verdadero talento político tiene que evitar, como norma, acercarse a estos personajes que contagian mala fe y tontería, combinación letal para una contienda política. Es inevitable la pregunta a los estrategas de las campañas que se pringan con esas voces: ¿Cómo puede salir bien si se hace mal?