Hace algún tiempo sostuve una conversación con el alcalde de la ciudad, Ing. Manuel Fuentes Alcocer, entre otros asuntos me atrevía a sugerirle que se le pusiera a una calle de la ciudad el nombre del distinguido historiador yucateco Jorge Ignacio Rubio Mañé, con ocasión de cumplirse cien años de su natalicio. Le recordé a nuestro primer edil que hace unos años el entonces alcalde Patricio Patrón Laviada nos solicitó una sugerencia para ponerle nombre a la avenida que atravesaba el fraccionamiento Montecristo: ya se le llamaba con el nombre de Kalia, una discoteca que se encontraba en sus inmediaciones. Esta anécdota me sirvió de base para sugerirle al señor Fuentes Alcocer que a esa avenida se le pusiera el nombre del autor de los tres volúmenes del Archivo de la Historia de Yucatán, Campeche y Tabasco. El alcalde me pidió una ficha biográfica para realizar la propuesta que espero tenga un final venturoso. Sin embargo no deja de sorprenderme nuestra situación. ¿ A quién le corresponde estar atento de estas fechas? ¿Porqué el desinterés de nuestras autoridades ante estas ocasiones señaladas para honrar los valores que como sociedad queremos cultivar? Este año se está rindiendo homenaje nacional a Salvador Novo, Celestino Goroztiza y Gilberto Owen. Se reeditan sus obras, se realizan conferencias y exposiciones fotográficas, etc; sin embargo en Yucatán nos mostramos indiferentes. El asunto no es sencillo: nuestra juventud está confundida, admira a quien logra poder, dinero y placer sin reparar en los medios  empelados. En nuestra sociedad se aplica aquello de que “más vale un judas de plata que un Jesucristo de acero”. Y cuando  la ocasión es propicia para difundir la obra de un hombre que en forma excepcional se entregó al estudio de la historia de Yucatán y de México, obteniendo en vida reconocimientos internacionales, la ignoramos, enviando un pésimo mensaje a toda juventud.   Desconozco si nuestros promotores culturales saben quién fue Rubio Mañé y si conocen algo de la obra espectacular del autor de los Virreyes de la Nueva España, obra indispensable para todos aquellos que quieren entender la Colonia. Y si como dice Héctor Aguilar Camín nadie puede entender lo que se publica en los periódicos sino ha leído la Colonia, la obra de Rubio Mañé es fundamental. Hasta los Legionarios de Cristo de la Universidad del Mayab son deudores de Rubio Mañé. Cuando el padre Maciel llevó a los primeros seminaristas a estudiar a España carecía de recursos y las posibilidades de obtenerlos  eran exiguas; sin embargo don Marcial, buscando una dirección, se encontró con don Ignacio que estaba en España realizando sus trabajos de investigación histórica. Don Nacho le ofreció al padre Maciel-los dos personajes no se conocían- conseguirle una reunión con el ministro de Cultura de España, quien  recibió al joven sacerdote mexicano y le brindó ayuda.  Don Ignacio no solo es digno de que una calle  nos recuerde su obra, merece también en este año marcado que se reediten algunas de sus libros y que se difunda su trabajo. Se lo merece Rubio Mañé y lo necesita nuestra sociedad.