Hace unos días Hernán Lara, Rocío Bates, Elenita Poniatwska, Fernando Espejo, Sara Poot Herrera y  el autor Michael K. Schessler presentaron el libro de la autobiografía de Alma Reed. Dada la breve pero intensa polémica que se suscitó esa misma noche me atreví a calificar el  episodio como un acto de “valor extremo”. Así es, hay temas y personajes que nos inflaman. Me parece que la inteligente Sarita no ignoraba esta peculiaridad  cuando propició la presentación. Sarita ha sido en los últimos años la gran embajadora cultural de Yucatán; al hacer posible este suceso rescató a una figura de nuestra historia que tiene un caudal para ofrecernos. No creo que sean tan inquietantes las inexactitudes en que incurre Alma sobre Yucatán en su autobiografía. Por el contrario si son turbadores algunos misterios o aparentes contradicciones que se deducen del texto. Le propuse a Michael K. Schessler realizar una edición crítica del texto, corrigiendo los deslices y abordando las contradicciones. Una de ellas se refiere a la traumática personalidad de Edward H. Thompson y su relación con el gobernador Felipe Carrillo Puerto. Alma Reed sostiene en su autobiografía que “don” Eduardo le narró detalles de las “exploraciones” del cenote sagrado de Chichén Itzá y el traslado  a los Estados Unidos de las piezas extraídas. La primera pregunta apenas si necesita explicaciones: ¿Qué motivos tendría Thompsom para narrarle a una periodista norteamericana lo que ya era considerado un delito grave?. Esta conversación le permitía a Felipe conocer  de primera mano la historia de los saqueos de la herencia de los mayas por los que tanto se desvelaba. La situación era peculiar: Thompson y Felipe eran amigos. El mismo “Dragón de los ojos de jade” así se había pronunciado públicamente, según la propia Alma. Los cuestionamientos pueden proseguir: ¿Cómo entendería Alma la conducta de Carrillo Puerto, convencida como estaba de que Felipe expropiaba  las haciendas henequeneras, pero sin afectar la hacienda Chichén donde se cometieron atracos capitales contra el patrimonio del pueblo maya? Esta semana recibí una llamada de Michael desde Columbia University: había hallado en el archivo del Times- periódico para el cual había trabajado Alma Reed- un artículo de ésta, publicado el 8 de abril de 1923, en el cual denunciaba la conducta del Thompson, quien ostentaba un cargo diplomático que lo protegía para  el tráfico de las piezas arqueológicas.  Dispongo de una copia del juicio penal promovido en el año de 1926 contra Edward Herbert Thompson por el delito de robo de  objetos arqueológicos pertenecientes a la Nación promovido ante el juzgado 1º de Distrito del ramo penal a cargo del juez Lic. Roberto Castillo Rivas, siendo secretario y agente del Ministerio Público los licenciados Gonzalo Romero Fuentes y Álvaro Peniche Peniche, en este expediente no aparece como prueba el artículo de Alma Reed. En cambio se transcriben detalles del proceso de dragado al cenote sagrado según el propio Thompson y que aparecen consignados en el libro The City of de Sacred Well de Mr. Williard. En este revelador texto podemos encontrar los motivos que tuvo Thompson para referirle a Alma sus hazañas en Chichén: estaba orgulloso de ellas. Thompson pensaba que si el no hubiera realizado el dragado del cenote la humanidad no hubiera tenido el privilegio de conocer las maravillas de la cultura maya, esto aunque desde la ley de 1897 estaba prohibido el tráfico de piezas arqueológicas y de que en 1911 el propio don Justo Sierra Méndez, Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, negó el permiso para que se siguiera explotando Chichén Itzá. Pero existen otros datos reveladores: Juan Martínez Hernández, inspector de monumentos arqueológicos, al comparecer ante el juez en la causa referida declaró haber informado a Felipe Caqrrillo Puerto de los trabajos que a principios de siglo había realizado “don” Eduardo y sus ventas a los Estados Unidos, así como los tesoros que seguía guardando. Esta declaración y una carta  de abril de 1923 en que Felipe le comenta a Alma que se encontraba realizando un viaje por Motul con Thompson son un tanto inquietantes. ¿Sabiendo Felipe la catadura de “don” Eduardo lo seguía frecuentando? Desde luego que no le sienta bien al “Mártir del Proletariado Nacional” el que estos hechos lo insinúen como amigo de un agente del “imperio” que asaltó el cenote sagrado de los mayas y  exportó lo pillado al extranjero. Pero no debemos precipitarnos: según el expediente judicial Thompson salió de Yucatán en 1923 y es posible que en esta búsqueda aparezca un documento que nos muestre a un Felipe Carrillo Puerto preocupado por los tesoros de “sus indios” y contrariado con la conducta de un “imperialista depredador”.